miércoles, 3 de febrero de 2016

CRISTIANISMO EVANGÉLICO II

CRISTIANISMO EVANGÉLICO: LOS HOMBRES DEL CRISTIANISMO EVANGELICO

Desprecio de la especulación, inquietud práctica y religiosa, primacía de la fe, pesimismo respecto al hombre y una inmensa esperanza que nace de la Encarnación, son temas que reviven en los hombres y las obras de los primeros siglo de nuestra era.

Hay que ser Griego para creer que la sabiduría se aprende. La literatura Cristiana desde sus orígenes no cuenta con ningún moralista hasta Clemente y Tertuliano(1). San Clemente, San Ignacio, San Policarpo, el autor de la doctrina de los doce apóstoles y el de la epístola apócrifa, llamada de Bernabé, no se interesan sino por el aspecto religioso de los problemas. La literatura llamada apostólica(2) es exclusivamente práctica y popular. Esta literatura se desarrolló del 50 al 90 d.C.. Puede, pues, pretender reflejar la enseñanza de los apóstoles. Sea como sea, se compone: de la primera epístola de San Clemente (93-97) escrita sin duda en Roma; de las Siete epístolas de San Ignacio (107-117) en Antioquia y a lo largo de la costa de Asia Menor; en Egipto entre 130 y 131 de la epístola apócrifa(3) de Bernabé; de la doctrina de los doce apóstoles, en Palestina probablemente(131-160); del “Pastor de Hermes” en Roma (140-155); en Roma o Corinto, de la segunda epístola de San Clemente en el 150; fragmentos de Papias, en Hierápolis en Frigia (150); En Esmirna, de la epístola de San Policarpio y de su “Martirium” (155-156).

a)    La Primera epístola de San Clemente se propone como única meta traer la paz a la Iglesia de Corinto. Su carácter es pues puramente práctico. Insiste en la filiación que existe entre el jefe de la Iglesia y los Apóstoles, y entre estos últimos y Jesucristo cuya encarnación nos ha salvado(4). Quiere someter a los Corintios a sus jefes espirituales, les demuestra que la causa de las discordias reside en la envidia y las toma como pretexto para hablar de la humildad y de la virtud de obediencia, lo que le lleva al elogio de la caridad(5). Es por la humildad que obtenemos la remisión de nuestros pecados. Aquí se puede colocar un segundo punto de vista específicamente evangélico: los que son elegidos no lo son por sus obras sino por su fe en Dios(6). Un poco más adelante Clemente habla de la necesidad de las obras y de la ineficacia de la fe sin ellas(7).
b)    Las cartas de San Ignacio no son sino escritos de circunstancias, extraños a toda especulación metódica. Pero San Ignacio es de los Padres Apostólicos el que tuvo el sentimiento más vivo para el Cristo hecho carne. Combatió con tenacidad la tendencia docetista en el seno del Cristianismo. Jesús es “Hijo de Dios” según la voluntad y potencia de Dios, nacido verdaderamente de una Virgen(9). De la raza de David según la carne es Hijo del Hombre e Hijo de Dios(10)…. Afirma la maternidad real de María(11)… Verdaderamente nacido de una Virgen….. Fue traspasado y crucificado bajo Poncio Pilatos y Herodes el Tetrarca(12)…… Sufrió verdaderamente y resucitó él mismo, y no como dicen algunos incrédulos que pretenden que sufrió sólo en apariencia(13). Ignacio enfatiza más aún, si se puede, la humanidad que revistió al Cristo. Afirma que es en la carne que Cristo resucitó: “Porque sé y creo que El estaba en la carne incluso después de la resurrección; y cuando El se presentó a Pedro y su compañía, les dijo: Poned las manos sobre mí y palpadme, y ved que no soy un demonio sin cuerpo. Y al punto ellos le tocaron, y creyeron, habiéndose unido a su carne y su sangre. Por lo cual ellos despreciaron la muerte, es más, fueron hallados superiores a la muerte. Y después de su resurrección Él comió y bebió con ellos como uno que está en la carne, aunque espiritualmente estaba unido con el Padre”(14). Sobre esta comunión del Cristo en nosotros, Ignacio establece la unidad de la Iglesia y las reglas de la vida religiosa. Para él, nada tiene valor excepto la Fe y el Amor: “El todo es la fe y la caridad”: No hay nada más precioso(15). E incluso llevando a un extremo uno de los temas del Cristianismo primitivo, afirma que aquel que tiene la fe no peca: “Los carnales no pueden hacer las obras espirituales, ni los espirituales las obras carnales, como tampoco la fe puede hacer las obras de la infidelidad, ni la infidelidad las de la fe. Pero aquellas mismas obras que vosotros hacéis en la carne son espirituales, pues es en Jesucristo que vosotros lo hacéis todo”(16). Este es el tipo de Cristianismo exaltado, extremo en su fe y en las consecuencias que presupone: “Mis deseos personales han sido crucificados, y no hay fuego de anhelo material alguno en mí, sino sólo agua viva “que habla” dentro de mí, diciéndome: Ven al Padre”(17).
c)    La Epístola atribuida a San Bernabé(18) es sobretodo una obra polémica dirigida contra el Judaísmo. No contiene a penas elementos doctrinales y no presenta sino un interés débil. El autor insiste solamente con mucho realismo sobre la Redención. Esta viene debido a que Jesús entregó su carne a la destrucción y nos ha rociado con su sangre(19). Este es el Bautismo que nos permite participar en esta Redención: “Esto quiere decir que nosotros bajamos al agua rebosando pecados y suciedad, y subimos llevando fruto en nuestro corazón, es decir, con el temor y la esperanza de Jesús en nuestro espíritu. Y el que comiere de ellos, vivirá para siempre, quiere decir: quien escuchare, cuando se le hablan estas cosas, y las creyere, vivirá eternamente”(20).
d)    Existen dos caminos, uno el de la vida, el otro el de la muerte, aunque hay una gran diferencia entre los dos(21). La doctrina de los doce apóstoles se vinculó solamente a la enseñanza de lo que constituye el camino de la vida y de lo que hay que hacer para evitar el de la muerte. Es un catecismo, un formulario litúrgico que no desmiente lo ya avanzado sobre el carácter exclusivamente práctico de esta literatura.
e)    El Pastor de Hermes y la segunda epístola de Clemente son ante todo obras de identificación(22). El tema común a estas dos obras es la penitencia. Esta, Hermes la permite solamente para las faltas cometidas hasta el momento en el que escribe. A partir de este momento la doctrina penitencial se impregna del rigor particular a las doctrinas pesimistas. A los Cristianos de su época, no les otorga esta penitencia sino una sola vez(23). Establece una tarifa según la cual una hora de placer impío debe expiarse durante treinta días de penitencia y un día con un año. Según él los malvados están destinados a las llamas y cualquiera que conociendo a Dios realice el mal, expiará eternamente(24). La segunda epístola de Clemente es una homilía que ofrece frecuentes analogías con el “Pastor” de Hermes. Ahí también la meta es práctica: exhortar a los fieles a la Caridad y la Penitencia. En el capítulo IX se demuestra la encarnación real y tangible de Jesús. Lo que sigue se dedica a describir los castigos y recompensas que serán infligidos u otorgados después de la resurrección.
f)    La epístola de Policarpo, la relación que se nos hace de su martirio, los fragmentos de Papías no nos enseñan nada nuevo(25). Dedicados a metas prácticas, estas obras se tienen en común una Cristología anti-docetista, una teoría clásica del pecado y la exaltación de la Fe. Estas resumen fielmente, en verdad, lo que ya sabemos sobre esta literatura apostólica y su desprecio hacia toda especulación.

LOS HOMBRES
Se puede decir que el pensamiento de los Padres apostólicos refleja el verdadero aspecto de la época en la que vivieron. Las primeras comunidades evangélicas compartían estas preocupaciones y se apartaban de toda ambición intelectual. Nada aclara mejor este estado de espíritu que los esfuerzos de Clemente de Alejandría para disipar estas prevenciones. Si se piensa que Clemente vivó a finales del siglo II(26), se observa con que tenacidad el Cristianismo se aferraba a sus orígenes, y tanto más dado que las fantasías del Gnosticismo aún no habían sido hechas para reconducir a los espíritus hacia la filosofía.

Clemente de Alejandría(27), de espíritu y cultura griegos, encontró una fuerte resistencia en su medio y todo su esfuerzo fue para rehabilitar la filosofía pagana y habituar a los espíritus Cristianos. Aquellos a los que Clemente llama “Simpliciores” son verdaderamente los primeros Cristianos y en ellos encontramos los postulados de la predicación apostólica: “El simple tiene miedo de la filosofía Griega al igual como los niños tienen miedo del Coco(28). Pero el desprecio se deja sentir: “Algunas gentes que se creen gentes de espíritu estiman que no se debe mezclar ni la filosofía, ni la dialéctica, ni siquiera aplicarse al estudio del universo”(29). Otros preguntan: “Para qué sirve saber las causas que explican el movimiento del sol o de los astros o haber estudiado geometría, la dialéctica u otras ciencias? Estas cosas no tienen ninguna utilidad cuando se trata de definir los deberes. La filosofía griega es un producto de la inteligencia humana: No enseña la verdad”(30).

Las opiniones del medio Cristiano en Alejandría eran perfectamente claras. La Fe es suficiente para el hombre, el resto es literatura. Tertuliano dice: “Que hay de común entre Atenas y Jerusalem, entre la Academia y la Iglesia…. Peor para aquellos que han puesto al día un Cristianismo estoico, platónico, dialéctico. Nosotros no tenemos curiosidad alguna después de Jesucristo, ni de búsqueda que no sea el Evangelio”(31). Clemente escribe: “No se me ocultan tampoco las murmuraciones de algunos ignorantes timoratos que se asustan ante el menor ruido, que dicen que es necesario ocuparse de lo más imprescindible, o sea, de lo que contiene la fe, y prescindir, en cambio, de las cosas externas y superfluas”(32).

Pero estos simples se apoyaban en los Libros Santos. Ya San Pablo les advirtió contra los “discursos engañosos”(33). Nadie se preocupaba de ser, sin la caridad, el bronce que resuena o el címbalo que retumba. Es por lo que en el siglo IV, Rutillius Namatianus definió al Cristianismo como “la secta que embrutece las almas”(34). De todo esto Clemente de Alejandría se siente solamente molesto: Celso está indignado(35). Prueba cierta de la vivacidad de una tradición que nos parece así haber sido establecida.

EVOLUCIÓN DEL CRISTIANISMO
Si echamos un vistazo hacia atrás, hay que concluir que el Cristianismo primitivo se resume en algunos temas elementales aunque vivaces alrededor de los cuales se agrupan las comunidades imbuidas de estas aspiraciones intentando darles cuerpo con su ejemplo o su predicación. Son valores fuertes y amargos los que esta nueva civilización pone en obra. De ahí la exaltación que acompaña su nacimiento y la riqueza interior que ha suscitado en el hombre.

Pero, sobre esta base, se prepara una evolución. Ya aparece el diseño desde Mateo a Juan. El Reino de Dios cede el lugar a la vida eterna(36). Dios es espíritu y es en espíritu que hay que adorarlo. El Cristianismo se estaba universalizando. La Trinidad, aún informe, se expresa a medias(37). El Cristianismo ya se había encontrado con el mundo Griego. Habría que ver las causas que lo impulsaron a profundizar constantemente y a expandir sus doctrinas bajo el abrigo Griego. La ruptura con el Judaísmo y la entrada en el espíritu mediterráneo creaban obligaciones al pensamiento Cristiano: satisfacer a los Griego incorporados a la nueva religión, atraer a los otros mostrándoles un Cristianismo menos Judío y hablarles en su lengua de manera general, expresarse con fórmulas comprensibles y hacer entrar los impulsos descoordinados de una fe muy profunda en los moldes cómodos del pensamiento griego.

En esta época y durante todo el siglo II, el Cristianismo tuvo adhesiones entre los Griegos más cultos(38). Arísitdes, cuya “Apología de Antonino el Piadoso” situada entre el 136 y el 161, Miltiades (hacia el 150), Justino cuya primera “apología” se sitúa entre el 150 y el 155, la segunda entre 150 y 160 y el célebre “Diálogo con Trifón” publicado hacia el 161, Atenagoras (“Supplicatio pro Christianos” 176-178) y otros tantos espíritus llegados a la nueva religión que concretizan la unión de una tradición especulativa y de una sensibilidad aún nueva en la cuenca del Mediterráneo.

Se trata para ellos de conciliar su espíritu, que la educación ha hecho griego, y su corazón que el amor Cristiano ha ocupado. En la historia estos Padres son apologistas, porque todo su esfuerzo efectivamente es para presentar al Cristianismo como conforme a la Razón. La fe, según ellos, completa los datos de la Razón y no es indigno para un espíritu Griego el aceptarlo. Es pues en el terreno de la filosofía que se encontraron las dos civilizaciones.

Justino, en particular, va bastante lejos en este camino. Se apoya en las semejanzas entre la doctrina Cristiana y las filosofías Griegas: El Evangelio es una continuación de Platón y los Estoicos(39). En esta coincidencia Justino ve dos razones. Primero esta idea, tan expandida en la época(40), que los filósofos Griegos tuvieron conocimiento de los libros del Antiguo Testamento y se inspiraron en este (suposición sin fundamento alguno pero que tuvo un éxito enorme). En segundo lugar, Justino piensa que el Logos se ha manifestado a nosotros en la persona de Jesucristo pero pre-existía ya a esta encarnación e inspiró la filosofía de los Griegos(41). Todo esto no le impide concluir en la necesidad moral de la Revelación, a causa de la especulación incompleta pagana.

LAS RESISTENCIAS
Pero, al mismo tiempo, las resistencias se desarrollaron también. Se conoce el desprecio de Tertuliano respecto a todo pensamiento pagano. Tatiano(42) y Hermias(43) también se hacen apóstoles de este movimiento “exclusivista”. Pero la tendencia más natural es la extensión y las resistencias de las que hablamos son las de los paganos. Se puede decir sin paradoja que estas resistencias contribuyeron mucho a la victoria del Cristianismo. P. De Labriolle(44) insiste mucho sobre el hecho que los paganos a finales del siglo II y a comienzos del III se aplicaron a derivar el entusiasmo religioso de la época hacia figuras y personalidades copiadas según el modelo de Cristo(45). Esta idea ya la tocó Celso cuando se opuso a Jesús, Esculapio, Hércules o Baco. Pero esto vino a ser muy pronto un sistema polémico. A comienzos del siglo III Filostrato escribió la maravillosa historia de Apolonio de Tiana que parece en muchos puntos imitar las Escrituras(46). Después Sócrates, Pitágoras, Hércules, Mithra, el sol, los Emperadores desviarán el fervor del mundo greco-romano y configurarán poco a poco un Cristo pagano. El método tenía sus pros y sus contras, pero nada muestra mejor hasta qué punto los Griegos habían comprendido el poder y seducción de la nueva Religión. Pero esta cristianización del decadente Helenismo demuestra también que las resistencias se hacían ingeniosas. De ahí aún, para el Cristianismo, la necesidad de usar sus puntos de vista, de exponer preferentemente sus grandes dogmas sobre la vida eterna, la naturaleza de Dios y de introducir así la metafísica. Esta fue la tarea de los apologistas. No hay que engañarse. Este trabajo de asimilación venía de lo más alto. Se remonta a Pablo nacido en Tarso, ciudad universitaria y helénica. Es particularmente claro, aunque desde un punto de vista Judaico, en Filon.

LOS PROBLEMAS RESULTANTES
De esta combinación de la fe evangélica con la metafísica griega surgen los dogmas Cristianos. Por otro lado, sumida en esta atmósfera de tensión religiosa, la filosofía Griega dio nacimiento al Neoplatonismo.

Esto no se hizo en un día. Es cierto que las oposiciones entre ideas Cristianas e ideas Griegas fueron suavizadas por el cosmopolitismo existente, sin embargo seguían existiendo entre ambas bastantes antinomias; había aún que conciliar la creación ex nihilo que excluía la hipótesis de la materia, con la perfección del dios Griego que implicaba la existencia de esta materia. El espíritu Griego veía la dificultad de un dios perfecto e inmutable creando lo temporal-imperfecto. Como bien dijo San Agustín bastante más tarde(47): “Es difícil de comprender la substancia del Dios que hizo cosas cambiantes sin experimentar ningún cambio y cosas temporales sin moverse de ninguna manera en el Tiempo”. Dicho de otra manera, la historia hacía necesario que el Cristianismo profundizara si quería universalizarse. Se trataba de crear una metafísica. Pero no hay metafísica si no hay un mínimo de racionalismo. La inteligencia es impotente para renovar sus temas cuando el sentimiento varía de matiz constantemente. El esfuerzo de conciliación inherente al Cristianismo será el de humanizar, intelectualizar sus temas sentimentales y de reconducir el pensamiento de estos confines en los que ella se debatía. Se trata de reducir esta desproporción entre Dios y el hombre que el Cristianismo había instaurado. Parece al contrario que en sus comienzos, el pensamiento Cristiano, bajo la influencia de estos valores de muerte y pasión, de temor al pecado y al castigo, había llegado al punto donde, como dice Hamlet, el tiempo se sale fuera de sus goznes.

Esta fue la tarea, en una medida bastante débil, de los primeros sistemas teológicos, los de Clemente de Alejandría y Orígenes, de los concilios en reacción contra las herejías, y sobretodo de San Agustín. Precisamente en este punto el Cristianismo entraba en una nueva fase donde se trataba de saber si perdería su originalidad profunda para mejor vulgarizarse, o si, al contrario, sacrificaría su poder de expansión a su necesidad de pureza, o si al fin llegaría a conciliar estas preocupaciones igualmente naturales. Aunque su evolución no fue armoniosa. Siguió caminos peligrosos que le enseñaron prudencia. Se trata del Gnosticismo. Se sirvió del neoplatonismo y de sus cómodos cuadros para alojar un pensamiento religioso. Definitivamente separado del Judaísmo, el Cristianismo se insertó en el Helenismo por la puerta que tenían abierta las religiones Orientales. Y sobre el altar al Dios desconocido(48) que Pablo encontró en Atenas, varios siglos de especulación Cristiana iban a elevar la imagen del Salvador en la cruz.                                                  
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1.    J. Tixeront: “Histoire des Dogmes”, cap. III; Los testimonios de los Padres Apostólicos.
2.    Id. Cap. III, p. 115: “Se le da el nombre de Padres Apostólicos a los escritores eclesiásticos que aparecieron a finales del siglo I o en la primera mitad del siglo II de los que se supone recibieron de los apóstoles y de sus discípulos la enseñanza que nos transmiten.
3.    O “Didache”.
4.    XXXI, 6. Tixeront: III:2
5.    XLIV, id.
6.    XXXII, 3, 4, id.
7.    XXXIII, 1, id.
8.    TIXERONT, III, 5.
9.    ”A los Habitantes de Esmirna”, I, 1.
10.  Efes. XX,2.
11.  Efes. VII,2.
12.  Esmirna, I, 1, 2.
13.  Esmirna,II.
14.  Esmirna, III.
15.  Esmirna, VI, 1.
16.  Efes. VIII, 2.
17.  Rom. VII, 2.
18.  Tixeront, op. cit., III, 8.
19.  V, 1; VII, 3, 5.
20.  XI, xi, 1-8.
21.  I, 1, ap. Tixeront, III, 7.
22.  Tixeront, III, 3 y 4.
23.  Mandic, IV, 3.
24.  Similit. IV, 4.
25.  Tixeront, op. cit., III, 6.
26.  Entre el 180 y 203.
27.  DE FAYE: Clément d´Alexandrie, libro II, cap. 11.
28.  Estromata, I, 18.
29.  Estromata, I, 434.
30.  VI, 93.
31.  De Prescriptione Haereticorum, VII.
32.  Estormata, I, 18.
33.  Colos. 2:8.
34.  De Reditu suo, I, 389, en Rougier, Celso, p. 112.
35.  Discurso Verdadero, III, 37.
36.  Juan 3:16, 36; 4:14.
37.  5:19, 26.
38.  Puech: “Les Apologistes grecs du II siècle. Id. Tixeront op. cit. V, I.
39.  Apolo., II, 13.
40.  Apolo., I, 44, 59; Tatiano: Oratio ad Graecos, 40; Minucio Felix op. cit. 34; Tertuliano: Apologet. 47; Clemente de Alej. :Str. I, 28; VI, 44; VI, 153; VI, 159.
41.  Ap. II, 13, 8, 10.
42.  Oratio ad Graecos (165).
43.  Irrisio gentilium philosophorum (siglo III).
44.  La Réaction païenne (segunda parte, cap. II.
45.  Boissier: “La Religion Romaine”, tomo I, ix: El paganismo trata de reformarse basándose en el modelo de la religión que le amenaza y que combate”.
46.  Comparar sobretodo el episodio de la hija de Jairo(Luc. 8:40) y Vida de Apolonio, 4:45.
47.  De Trinitate: I, i, 3.

48.  Hech. 17:16.