sábado, 26 de abril de 2014

JESÚS

JESUS
Parece ser que Jesús frecuentó poco las escuelas importantes de escribas (soferim), quizá no había ninguna en Nazaret, y no tuvo ningún título de esos que otorgan a los ojos del vulgar el derecho de saber(1). Sería un gran error no obstante imaginarse que Jesús era un ignorante. El árabe que no ha tenido ningún maestro, es a menudo distinguido, pues la tienda es una especie de escuela siempre abierta donde del encuentro entre la gente bien educada nace un gran movimiento intelectual e incluso literario. La delicadeza de las maneras y la fineza de espíritu nada tienen en común en Oriente con lo que aquí llamamos educación. Son los hombres de escuela al contrario los que pasan por pedantes y mal educados. En este estado social, la ignorancia, que aquí condena al hombre a un rango inferior, es la condición de las grandes cosas y de la gran originalidad.
                                                                               
No es probable que Jesús supiera Griego, lengua bastante extendida en Judea en las clases que participaban en el gobierno y las ciudades habitadas por paganos, como Cesarea(2). El idioma de Jesús era el dialecto Siriaco mezclado con el Hebreo que entonces se hablaba en Palestina(3). Con más razón que no tuviera mucho conocimiento de la cultura Griega. Esta cultura estaba proscrita por los doctores de la Ley, quienes maldecían de igual manera a aquellos que criaban puercos con aquellos que enseñan a sus hijos la ciencia griega(4). En todo caso no había penetrado en ciudades pequeñas como Nazaret. No obstante el anatema de los doctores, muchos Judíos habían abrazado la cultura Helena. Sin hablar de la escuela Judía en Egipto, donde las tentativas para amalgamar el Helenismo con el Judaísmo se estaban llevando a cabo desde hacía doscientos años, un Judío, Nicolás Damasceno, era en esos mismos tiempos uno de los hombres más distinguidos, instruido y bien considerado de su siglo. Pronto Josefo se convirtió en otro ejemplo de Judío completamente helenizado. Aunque Nicolás tenía de Judío solamente la sangre, Josefo se declara haber sido entre sus contemporáneos una excepción(5), y toda la escuela cismática de Egipto se había separado de Jerusalem hasta tal punto que no se encontró de esta el más mínimo recuerdo ni en el Talmud ni en la tradición Judía. Lo que sí es cierto es que en Jerusalem el Griego era muy poco estudiado, que los estudios griegos eran considerados peligroso e incluso serviles, que se los consideraba buenos como mucho para las mujeres como adorno(6). El estudio de la Ley era lo considerado digno para un hombre serio(7).

Ni directa ni indirectamente llegó ningún elemento de la cultura Griega a Jesús. No conoció nada fuera del Judaísmo. En el seno mismo del Judaísmo, permaneció extraño a muchos esfuerzos paralelos a los suyos. Por un lado  el ascetismo Esenio o de los Terapeutas(8), por el otro los bellos ensayos de filosofía religiosa de la escuela Judía en Alejandría, de la que Filón, contemporáneo de Jesús, era un ingenioso intérprete, le eran desconocidos. Las semejanzas frecuentes que se encuentran entre él y Filón, esas excelentes máximas de amor de Dios, de caridad, de descanso en Dios(9), que son como un eco entre los Evangelios y los escritos del ilustre pensador alejandrino, vienen de tendencias comunes que las necesidades de la época inspiraron a todos los espíritus elevados.

Felizmente para él, no conoció tampoco la escolástica rara que se enseñaba en Jerusalem y que pronto iba a constituir el Talmud. Si algunos Fariseos ya la habían traído a Galilea, él no los frecuentó, y cuando encontró más tarde esta casuística boba, ella no le inspiró sino desagrado. Se puede suponer por lo tanto que los principios de Hillel no le fueron desconocidos. Hillel, cincuenta años antes de Jesús, había pronunciado aforismos que junto a los suyos tenían mucha analogías. Por su pobreza humildemente soportada, por la humildad de su carácter, por la oposición que hacía contra los hipócritas y sacerdotes, Hillel fue, en cierto sentido, el verdadero maestro de Jesús(10), si es que es posible hablar de maestro, cuando se trata de una tan alta originalidad.

La lectura de los libros del Antiguo Testamento ejerció sobre él mucha más influencia. El Canon de los libros Santos se componía de dos partes principales, la Ley, o sea, el Pentateuco, y los Profetas, tal como los tenemos hoy día. Se realizaba una amplia exégesis alegórica a todos estos libros y se buscaba obtener lo que no era, pero respondía a la aspiración de la época. La Ley, que representaba, no las antiguas leyes del país, sino más bien las utopías, las leyes artificiales y los fraudes piadosos de la época de los reyes pietistas, se había convertido, desde que la nación ya no se gobernaba ella misma, en tema de sutiles e inagotables interpretaciones. En cuanto a los Profetas y los Salmos, se estaba persuadido que casi todos los rasgos un tanto misteriosos de estos libros se referían al Mesías, y se buscaba de antemano el tipo de aquel que había de realizar las esperanzas de la nación. Jesús compartía el gusto que todo el mundo tenía por estas interpretaciones alegóricas. Pero la verdadera poesía de la Biblia, que escapaba a los pueriles exegetas de Jerusalem, se manifestaba plenamente en su genio. La poesía religiosa de los Salmos se encuentra en una perfecta sincronía con su espíritu lírico, fue durante toda su vida su alimento y sostén.  Los profetas, Isaías en particular y su continuador de los tiempos de la cautividad, con sus sueños de futuro, su elocuencia impetuosa, sus invectivas mezcladas con imágenes encantadoras, fueron su verdaderos maestros. Sin duda hubo de haber leído varias obras apócrifas. Uno de estos libros lo menciona bastante. Es el Libro de Daniel. Este libro, compuesto por un Judío de tiempos de Antioco Epífanes, usando el nombre de un sabio antiguo(11), era el resumen del espíritu de los últimos tiempos. Su autor, verdadero creador de la filosofía de la historia, había por vez primera osado ver el movimiento del mundo y la sucesión de los imperios como función subordinada a los destino del pueblo Judío. Jesús fue influenciado desde el comienzo por estas altas esperanzas. Quizá también leyó el Libro de Enoc, por entonces reverenciado también como libro santo(12), y otros escritos del mismo género, que mantenían un gran movimiento en la imaginación popular. La venida del Mesías con su gloria y terror, las naciones hundiéndose unas tras otras, los cataclismo en el cielo y la tierra que eran el alimento familiar de su imaginación, y como estas revoluciones se suponían cerca y mucha gente buscaba conocer los tiempos, el orden sobrenatural donde nos transportan estas visiones le parecía perfectamente natural y simple.

Que no tuviese ningún conocimiento del estado general del mundo, es lo que resulta de cada rasgo de sus discursos más auténticos. La tierra le parece aún dividida en reinos que se hacen la guerra; parece ignorar la “Paz Romana”, y el nuevo estado de la sociedad que inauguraba su siglo. También vivió probablemente en Sebasta, Galilea, obra de Herodes el Grande, cuya arquitectura de ostentación es lo que él llamó “Los Reinos de este Mundo y toda su gloria”. Aunque este lujo y arte administrativo y oficial le disgustaban. Lo que en verdad amaba eran esos pueblos Galileos, poblados con cabañas, con sus pozos, tumbas, olivares e higueras. Siempre estuvo cerca de la naturaleza. La corte de los reyes le parecía un lugar donde la gente tenía delicadas costumbres(13). Las encantadoras imposibilidades que abundan en sus parábolas, cuando pone en escena a los reyes y a los poderosos(14), demuestran que concibió la sociedad aristocrática como joven pueblerino que veía el mundo a través del prisma de su ingenuidad.

Menos aún conoció las nuevas ideas creadas por la ciencia Griega, base de toda filosofía que la ciencia moderna ha confirmado mayormente, la exclusión de los dioses caprichosos a los que la ingenua creencia de la época antigua atribuían el gobierno del universo. Casi un siglo antes de él, Lucrecio expresó de manera admirable la inflexibilidad del régimen general de la naturaleza. La negación del milagro en el sentido que todo se produce mediante las leyes donde la intervención personal de seres superiores no tiene lugar, era común en las grandes escuelas de todos los países que habían recibido la ciencia Griega. Quizá Babilonia y Persia no la desconocían. Jesús no supo nada de este progreso. Aunque nacido en una época donde el principio de la ciencia positiva ya había sido proclamado, él vivió en lo sobrenatural. Es posible que nunca antes los Judíos habían estado tan poseídos por lo maravilloso. Filón, el cual vivía en un gran centro intelectual y había recibido una educación muy completa, sólo poseía una ciencia quimérica y algo pobre.

Jesús no difería en este punto de sus compatriotas. Creía en el diablo, que veía como una especie de genio del mal(15), y se imaginaba, como todo el mundo, que las enfermedades nerviosas eran debidas a los demonios, que poseían al paciente y lo torturaban. Lo maravilloso no era para él lo excepcional, era lo normal. Este fue el estado intelectual de Jesús. Pero en su gran alma, semejante creencia producía efectos opuestos a los que se producían en el alma del vulgar. En el vulgar, la fe en la acción particular de Dios llevaba a una credulidad simplista y a la estafa de los charlatanes. En Jesús, sin embargo, se daba una noción profunda de las relaciones familiares del hombre con Dios y una creencia exagerada en el poder del hombre, bellos errores que fueron el principio de su fuerza, pues aunque un día le pondrían en falta ante el físico y el químico, estas le daban en su tiempo una fuerza de la que ningún individuo ha dispuso antes de él.

Su carácter especial se revela. La leyenda lo muestra desde su infancia rebelde contra la autoridad paternal, saliéndose de las vías comunes para seguir su propia vocación(16). Se siente seguro, parece que no dio demasiada importancia a las relaciones paternales. Su familia no parece haberse llevado muy bien con él(17). Jesús como todos los hombres exclusivamente preocupados con una idea, no tenía muy en cuenta los lazos de sangre. La gente simple no entendía esto de igual manera, y un día una mujer que pasaba a su lado, le dijo: “Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron !”; Bienaventurado más bien, respondió, (18), el que oye la Palabra de Dios y la pone en práctica”! Pronto, en su rebeldía contra la naturaleza, va mucho más lejos, y se le verá pisoteando todo lo que es humano, la sangre, el amor, la patria, etc. Solamente guarda alma y corazón para la idea que entendía como la forma absoluta del bien y de lo verdadero.                         
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1.     (127)Mat. 13:54 y siguiente; Juan 7:15.
2.     (128)Mishnah , Schekalim, 3:2; Talmud de Jerusalem, Megilla, halaka XI; Sota, VII, 1; Talmud de Babilonia, Baba Kama, 83 a; Megilla, 8b.
3.     (129)Mat. 27:46; Marc. 3:17; 5:41; 7:34; 14:36; 15:34. La expresión “é patrios phone”, en los escritores de la época, designa siempre el dialecto semita que se hablaba en Palestina (2 Mac. 7:21, 27; 12:37; Hech. 21:37, 40; 22:2; 26:14; Josefo, Ant. 18.6.10; Contra Apión, I,9). Algunos de los documentos que sirvieron de base a los Evangelios sinópticos fueron escritos en este dialecto semita. Lo mismo para varios apócrifos(IV Macabeos, XVI, ad calcem, etc.). El Cristianismo surgido directamente del primer movimiento Galileo(Nazarenos, Ebionim, etc.) que continuó existiendo algún tiempo en Betania y Harán, hablaban un dialecto semita (Eusebio, De situ et nomin. Loc. Hebr.; Epifanio, Adversus Haer. XXIX,7,9; XXX,3; San Jerónimo, In Matth., XII, 13; Dial. adv. Pelag., III,2).
4.     (130)Mishnah, “Sanhedrin”, XI, 1; Talmud de Babilonia, Baba Kama, 82b y 83a; Sota, 49, a y b; Menachoth, 64b; Comp. II Macch., IV, 10.
5.     (131)Josefo, Ant., XX,XI,2.
6.     (132)Talmud de Jerusalem, Peah, I,1.
7.     (133)Josefo Anti., loc.cit.; Origenes, Contra Celsum, II,34.
8.     (135)Los Terapeutas de Filón eran considerados una rama de los Esenios. Su nombre parece ser una traducción griega de la palabra Esenios (asaya = médicos). Cf. Filón, “De Vita Contempl”.
9.     (136)Ver sobretodo los tratados “Quis rerum divinarum haeres sit et De Philanthropia” de Filón.
10.   (137)Pirké Aboth, cap. I y II; Talm. De Jerus., Pesashim, VI, 1; Talm. De Babilonia, Pesashim, 66ª; Shabbath, 30b y 31ª; Joma, 35b.
11.   (138)La leyenda de Daniel se había forma en el siglo VII antes de Jesucristo(Ezequiel, 14:14; 28:3). Es por las necesidades de la leyenda que se hace vivir en tiempos del Cautiverio en Babilonia.
12.   (139)Epístola Judae, 14; Petri. II,4,11; Testamento de los Doce Patriarcas, Simeón, 5; Leví, 14,16; Judá, 18, Zebulón, 3; Daniel, 5; Neftalí, 4. El Libro de Enoch forma aún parte integrante de la Biblia Etíope. Tal como lo conocemos por la versión Etíope, está compuesto por piezas con fecha diferente, de las que las más antiguas son del año 130 o 150 a.C. Algunas de estas tienen analogías con los sermones de Jesús. Comparar los cap. XCVI-XCIX con Lucas, 6:24 y siguientes.
13.   (140)Mat. 11:8.
14.   (141)Por ejemplo, Mat. 22:2 y siguiente.
15.   (142)Mat. 6:13.
16.   (143)Luc. 2:42. Los Evangelios apócrifos están llenos de historias fantásticas que llegan hasta lo grotesco.
17.   (144)Mat. 13:57; Marc. 6:4; Juan, 7:3.

18.   (146)Luc. 11:27.   

jueves, 10 de abril de 2014

JESÚS Y LOS APÓCRIFOS

JESÚS Y LOS APÓCRIFOS
En cuanto a los Evangelios Apócrifos hay que decir que estas composiciones no han de ser de manera alguna puestas al mismo nivel que los Evangelios Canónicos. Son planas y pueriles amplificaciones que tienen como base a los canónicos y no añaden nada de valor. Hay, por otro lado, trozos conservados por los Padres de la Iglesia de antiguos Evangelios que existieron en otro tiempo paralelos a los canónicos y que se han perdido, como el Evangelio según los Hebreos, el Evangelio según los Egipcios, los Evangelios llamados de Justino, de Marción, de Tatiano. Los dos primeros son importantes en lo que estaban redactados en Arameo como los Logia de Mateo, y parecen haber constituido una variedad del Evangelios de este Apóstol, y fueron los evangelios de los Ebionim(Ebionitas), o sea de las pequeñas cristiandades de Batanea, los que guardaron el uso del sirio-caldeo, y parecían en algunos aspectos haber continuado la línea de Jesús. Aunque hay que reconocer que estos Evangelios son inferiores, para la autoridad crítica, que la redacción del Evangelio de Mateo.

Respecto al valor histórico de los Evangelios, hay que reconocer que éstos no son ni biografías a la manera de Seutonio, ni leyendas ficticias a la manera de Filostrato. Son biografías legendarias. Se podrían comparar con las leyendas de Santos, Vidas de Plotino, de Procolo, de Isidoro, y otros escritos del mismo género, donde la verdad histórica y la intención de presentar modelos de virtud se combinan en diversos niveles. La inexactitud rasgo de todas las composiciones populares, se deja sentir particularmente. Aunque en el resultado de estos relatos hay una cosa que tiene un alto grado de verdad: el carácter del héroe, la impresión que causaba en su entorno. En este sentido estas historias populares tendrían más valor que una historia oficial solemne. Esto mismo se da en los Evangelios. Únicamente atentos en mostrar la excelencia de su maestro, sus milagros, su enseñanza, los evangelistas muestran una total indiferencia hacia todo lo que no sea el espíritu de Jesús. Las contradicciones sobre el momento, los lugares, las personas eran vistas como insignificantes, pues en la misma medida que se le otorgaba a la palabra de Jesús un alto grado de inspiración, se estaba lejos de otorgarle esta inspiración a los redactores. Estos eran vistos como simples escribas y solamente tenían que hacer una cosa: no omitir nada de lo que sabían.

Sin duda, una parte de ideas preconcebidas hubo de mezclarse a estos recuerdos. Varios relatos, sobretodo de Lucas, son inventados para resaltar algunos rasgos de la fisionomía de Jesús. Esta sufría cada día alteraciones. Jesús sería un fenómeno único en la historia si, con el papel que desempeñó, no hubiera sido pronto transfigurado. Una rápido trabajo de metamorfosis se operó en los veinte o treinta años que siguieron a la muerte de Jesús, y se le impuso a su biografía los giros de una leyenda ideal. La muerte perfecciona al hombre más perfecto. Lo hace sin tacha para aquellos que lo han amado. Muchas anécdotas fueron concebidas para demostrar que en él los profetas vistos como mesiánicos habían tenido su cumplimiento. Aunque este procedimiento al que no hay que quitarle importancia, no lo explica todo. Ninguna obra Judía contemporánea ofrece una serie de profecías exactamente libeladas que el Mesías tenga que cumplir. Varias alusiones mesiánica levantadas por los evangelistas son tan sutiles, tan desviadas, que no se puede creer que todo esto respondía a una doctrina generalmente admitida. Tanto se razona: “El Mesías debe hacer tal cosa, o Jesús es el Mesías, luego Jesús hizo esto o lo otro. Tanto se razona a la inversa: Esto le ocurrió a Jesús, o Jesús es el Mesías, por lo tanto tal cosa tenía que ocurrirle al Mesías(1). Las explicaciones demasiado simples son siempre falsas cuando se trata de analizar el tejido de estas profundas creaciones del sentimiento popular, que desarticulan todos los sistemas por su riqueza y variedad.

El sentimiento de organismo viviente ha sido el guía en el arreglo general del relato. La lectura de los Evangelios es suficiente para demostrar que los redactores, aunque tuvieran en el espíritu un plan claro de la vida de Jesús, no fueron guiados por los datos cronológicos rigurosos. Papías los expresa. Las expresiones: “En aquel tiempo… después de esto. … etonces”, etc. son meras transiciones destinadas a unir unos con otros los diferentes relatos.

Jesús no pertenece solamente a aquellos que se dicen sus discípulos. Su gloria no consiste en ser relegado fuera de la historia. Se le otorga un culto más verdadero mostrando que la historia entera es incomprensible sin él.
                
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1.     Ver, por ejemplo, Juan 19:23-24.


martes, 1 de abril de 2014

JESÚS, HISTORIA DE LOS ORÍGENES

HISTORIA DE LOS ORÍGENES
Cinco grandes colecciones de escritos, sin tener en cuenta la gran cantidad de otros dispersos, nos quedan sobre Jesús y su tiempo, éstos son: 1. Los Evangelios y los textos del Nuevo Testamento en general; 2. Las composiciones Apócrifas del Antiguo Testamento; 3. La obra de Filón; 4. La de Josefo; 5. El Talmud. Los textos de Filón de Alejandría tienen la ventaja de darnos a conocer el pensamiento que fermentaba en tiempo de Jesús en las almas de aquellos que se ocupaban de los grandes temas religiosos. Aunque Filón vivía en una provincia alejada del Judaísmo de Jesús, estando así algo separado de las menudencias que reinaban en Jerusalem. Filón es, por así decirlo, el hermano mayor de Jesús. Tenía sesenta y dos años cuando Jesús estaba en plena actividad, y le sobrevivió al menos diez años más.

Josefo, escribía más que nada para los paganos, y no hay en su estilo la misma sinceridad. Sus cortas notas sobre Jesús, Juan Bautista y Judas el Galileo no tienen sustancia ni colorido. Quiere presentar estos movimientos profundamente Judíos de forma inteligible para Griegos y Romanos. Es muy posible que el pasaje de Jesús sea auténtico(1). Está en línea con el gusto de Josefo, aunque se puede sentir que una mano Cristiana a re-tocado la cita, añadiendo algunas palabras sin las cuales sería blasfemo,(2) posiblemente suprimiendo o modificando algunas expresiones(3). Hay que recordar que la fortuna literaria de Josefo es debida a los Cristianos, los cuales adoptaron sus escritos como documentos esenciales de su historia sagrada. Se hizo, probablemente en el siglo II, una edición corregida de acuerdo con las ideas Cristianas(4). En todo caso, lo interesante de Josefo para este tema son las vivas luces que proyecta sobre la época. Gracias a él, Herodes, Herodías, Antipas, Felipe, Ana, Caifás, Pilatos son personajes presentados con sorprendente realismo.

Los Apócrifos del Antiguo Testamento, sobretodo la parte Judía de los versos Sibilinos y el Libro de Enoch, junto con el Libro de Daniel, que es también un verdadero apócrifo, tienen una gran importancia para la historia del desarrollo de las teorías mesiánicas y para la inteligencia de las concepciones de Jesús sobre el reino de Dios. El libro de Enoch en particular, muy leído en el entorno de Jesús(5), nos da la llave de la expresión de “Hijo del Hombre” y las ideas que le están relacionadas. La mayoría está de acuerdo en situar la redacción de los más importantes de estos libros entre el siglo II y el I a.C. La fecha del libro de Daniel quizá sea aún más cierta. El carácter de los dos idiomas en los que está escrito, el uso de palabras griegas, la referencia a eventos que se remontan a la época de Antíoco Epífanes, etc., sugieren que “No es en la vieja literatura profética donde hay que clasificar este libro, sino más bien a la cabeza de la literatura apocalíptica, como primer modelo”, afirma E. Renan, de un género de composición del que vendrían a formar parte posteriormente los diversos poemas Sibilinos, Libro de Enoch, el Apocalipsis de Juan, la Ascensión de Isaías, el cuarto libro de Esdras.

En la historia de los Orígenes Cristianos, dice M. Geiger, no se ha tenido en cuenta suficientemente el Talmud. Que la verdadera noción de las circunstancias donde se produjo Jesús hay que buscarlas en esta compilación, donde hay tanta información mezclada con la más insignificante escolástica. La teología Cristiana y la Judía han seguido en el fondo dos caminos paralelos, la historia de una no puede ser comprendida sin la otra. Muchos detalles de los Evangelios están comentados en el Talmud. La redacción del Talmud va desde el año 200 d.C. hasta el 400 d.C., más o menos. La enseñanza de los Judíos desde la época Asmonea hasta el siglo II d.C. fue principalmente oral.

Que los Evangelios sean en parte legendarios, es evidente, dado que están llenos de milagros y lo sobrenatural, pero hay leyenda y leyenda. Nadie duda de los rasgos principales de la vida de Francisco de Asís, aunque lo sobrenatural se encuentre a cada paso. Nadie al contrario, le otorga credibilidad a la “Vida de Apolonio de Tiana”, porque fue escrita mucho después del héroe y en condiciones de puro romance. En qué época, por que manos, en que condiciones fueron redactados los Evangelios? He aquí la cuestión principal de la que depende la opinión que hay que formarse respecto a su credibilidad.

Aunque cada Evangelio lleva el nombre de un personaje conocido en la historia apostólica, o en la historia Evangélica misma. Estos cuatro personajes no son sus autores. Las fórmulas “según Mateo”, “según Marcos”, “según Lucas”, “según Juan”, no implican que, en la opinión más antigua, estos relato fuesen escritos por Mateo, Marcos, Lucas o Juan(6), lo que significa es que eran tradiciones provenientes de cada uno de estos apóstoles basándose en su autoridad.

Respecto al Evangelio de Lucas, hay poca duda. Este evangelio es una composición regular, fundada en documentos anteriores(7). Es la obra de alguien que elige recortar, combinar. El autor de este evangelio es sin duda el mismo que el de los Hechos de los Apóstoles(8). Pero el autor de Hechos es un compañero de San Pablo(9), título que encaja bien con Lucas(10). Quizá se pueda objetar esto, pero una cosa está al menos fuera de toda duda, que el autor del tercer Evangelio y de Hechos es un hombre de la segunda generación apostólica. La fecha de ese Evangelio puede ser determinada con bastante más precisión mediante las consideraciones que se pueden sacar del libro mismo. El Capítulo 21 de Lucas fue ciertamente escrito después del asedio a Jerusalem, aunque poco tiempo después(11). Se trata, pues, de una obra escrita por la misma mano.

Los Evangelios de Mateo y Marcos no tienen el mismo caché individual. Son composiciones impersonales, donde el autor desaparece completamente. Un nombre propio a la cabeza de la obra no dice gran cosa. Aunque si el Evangelio de Lucas está datado, los de Mateo y Marcos también lo están. Lo que parece probable es que ni para Marcos ni para Mateo tengamos las redacciones originales, que estos dos primeros Evangelios son arreglos, en los que se busca rellenar las lagunas de un texto con otro.

Lo que no se puede dudar es que se pusieron por escrito los discursos de Jesús en lengua Aramea, y también sus acciones más remarcables. No fueron estos textos dogmáticos. Además de los Evangelios hubo muchos otros escritos que pretendían representar la tradición de testigos oculares(12). Se le dio poca importancia a estos escritos, y los conservadores como Papías preferían la tradición oral(13). Como se pensaba que el mundo iba a acabar pronto, no había preocupación alguna por componer libros para el futuro. Se trataba más bien de guardar en el corazón de cada uno la imagen viva de aquel que se esperaba ver muy pronto sobre las nubes. De ahí la poca autoridad de la que disfrutaron durante ciento cincuenta años los textos evangélicos. No había escrúpulos a la hora de insertar adiciones, de combinarlos, de completar unos con otros, etc. se prestaban unos a otros estos pequeños libros y cada uno transcribía en los márgenes de su ejemplar las palabras, las parábolas que encontraba en otros textos y que le gustaban(14). Así, estos bellos textos surgieron de una elaboración bastante oscura y muy popular. Ninguna redacción tenía un valor absoluto. Justino, quien menciona a menudo lo que él llama “las memorias de los Apóstoles”(15), tenía bajo sus ojos unos documentos evangélicos bastante diferentes de los que hoy tenemos nosotros. En todo caso, no le preocupaba alegarlas textualmente. Los escritos seudo-clementinos de origen Ebionita presentan el mismo carácter. El espíritu lo era todo, la letra no tenía mayor importancia. Es cuando la tradición se debilitó durante la segunda mitad del siglo II que los textos que llevaban el nombre de los Apóstoles tuvieron autoridad decisiva obteniendo fuerza de ley.

La redacción del texto de Mateo parece haber sido realizada al noreste de Palestina, quizá en Harán o Betania, donde  muchos Cristianos se refugiaron en la época de la guerra con los romanos y donde se encontraban aún en el siglo II familiares de Jesús(16), donde la primera dirección Galilea se conservó durante más tiempo.

En cuanto al cuarto Evangelio, las dudas están más fundadas, y las cuestiones más difíciles de solucionar. Papías, afín a la escuela de Juan, y que, si no había sido oyente suyo, como dice Ireneo, había frecuentado bastante a sus discípulos más inmediatos, entre otros a Aristión y al llamado Presbítero Juan, Papías, que había recogido con pasión los relatos orales de este Aristión y del Presbítero Juan, no dice palabra acerca de una “Vida de Jesús” escrita por Juan. Si se hubiera mencionado en su obra, Eusebio, quien detalló en su obra todo lo que formaba parte de la historia literaria, lo habría mencionado sin duda. Las dificultades intrínsecas manifiestas en la lectura del cuarto evangelio no son menos fuertes. Cómo es posible que junto a información precisa de testimonios oculares, se encuentren discursos tan diferentes a los de Mateo? Cómo, junto a un plan general de la vida de Jesús, que parece bastante más satisfactorio y exacto que el de los sinópticos, encontremos estos pasajes singulares donde se puede apercibir un interés dogmático propio del redactor, e ideas tan extrañas a Jesús, incluso indicios que hacen dudar de la buena fe del narrador? Cómo es que al lado de los puntos de vista más puros y evangélicos encontramos interpolaciones de un ardiente sectario? Fue Juan, el hijo de Zebedeo, el hermano de Santiago (no mencionado ni una sola vez en el Evangelio) quien escribió en Griego estas lecciones de metafísica abstracta de la que ni en los Sinópticos ni en el Talmud hay analogía alguna? No parece posible que el cuarto Evangelio surgiese de la pluma de un pescador Galileo. Este Evangelio surge, hacia finales del siglo primero, de la gran escuela de Asia Menor, ligada a Juan y nos representa una vida del maestro digna de ser tenida en consideración como demuestran testimonios externos y el examen del documento mismo.

Nadie duda que, hacia el año 150, el cuarto Evangelio no existía y no era atribuido a Juan. Los textos formales de Justino(17). Atenágoras(18), Tatiano(19), de Teófilo de Antioquia(20), y de Ireneo(21), muestran desde entonces a este Evangelio ligado a todas las controversias y, al mismo tiempo, sirviendo de piedra angular para el desarrollo del dogma. Ireneo es formal, o sea, Ireneo pertenecía a la escuela de Juan, y entre él y el apóstol sólo estaba Policarpio. El papel de este evangelio en el gnosticismo, y en particular en el sistema de Valentino(22), en el Montanismo(23) y en la querella de los cuartodecimanos(24), no es menos decisivo. La escuela de Juan es en la que mejor se percibe la continuación durante el siglo II, o esta escuela no se explicaría si no se sitúa el cuarto Evangelio en su cuna. Habría que añadir que la primera Epístola atribuida a San Juan es ciertamente del mismo autor del cuarto Evangelio(25). La Epístola es reconocida como de Juan por Policarpio(26), Papías(27), Ireneo(28). Aunque es sobretodo la lectura de la obra la que es de naturaleza impresionante. El autor habla siempre como testigo ocular, quiere hacerse pasar por el apóstol Juan. Si la obra no es realmente del Apóstol, habría que admitir una superchería que el autor se confesaba a sí mismo. Aunque las ideas en aquellos tiempos en lo que a la buena fe literaria se refiere eran muy diferentes a las nuestras. No sólo el autor quiere hacerse pasar por el apóstol Juan, sino que se ve claramente que escribe en interés de este apóstol. En cada página se puede observar la intención de enfatizar su autoridad, de mostrar que es el preferido de Jesús(29), que en todas las circunstancias solemnes (en la Última Cena, en el Calvario, en la tumba) ocupa el primer lugar. Las relaciones, en suma fraternales, aunque sin excluir una cierta rivalidad, del autor con Pedro(30), su odio contra Judas(31), odio quizá anterior a la traición, impregnan todo esto. Uno está tentado de creer que Juan, en su vejez, al leer los relatos evangélicos que circulaban, observó, de un lado, diversas inexactitudes(32), del otro, se sintió ofendido al ver que no se le acordaba en la historia de Cristo un lugar importante y se puso a dictar una cantidad de cosas que sabía mejor que los otros, con la intención de demostrar que, en muchos casos en los que solamente se hablaba de Pedro, él ya había estado allí antes que él(33). Ya en vida de Jesús, estos sentimientos de celos se habían manifestado entre los hijos de Zebedeo y los demás discípulos. Desde la muerte de su hermano, Juan era el único heredero de los recuerdos íntimos de los que estos dos apóstoles, según la opinión de todos, eran depositarios. De ahí su perpetua insistencia para recordar que es el último sobreviviente de los testigos oculares(34). De ahí tantos pequeños rasgos de precisión que parecen escolios de un anotador: “eran las seis”; “era de noche”; “encendieron un fuego”; “su túnica no tenía costura”. También de ahí el desorden de la redacción.

Hay que realizar una distinción capital en el Evangelio de Juan. Por un lado, este Evangelio nos describe la vida de Jesús de manera considerablemente diferente a como lo hacen los Sinópticos. Por otro, pone en boca de Jesús discursos cuyo tono, estilo, doctrinas no tienen nada en común con los dichos y doctrinas en los Sinópticos. La diferencia es tal que hay que elegir. Si Jesús hablaba como dice Mateo, no pudo haber hablado como dice Juan. Entre las dos autoridades ningún crítico duda. El tono simple, desinteresado e impersonal de los Sinópticos está a leguas del Evangelio de Juan, el cual muestra sin cese las preocupaciones del apologista, el pensamiento del sectario, la intención de demostrar una tesis y convencer al adversario(35). No es mediante un discurso pretencioso, pesado, mal escrito, que dice poco que Jesús fundó su obra divina. Desde luego no será Papías quien nos enseñe que Mateo escribió las frases de Jesús en su lengua original, la natural, la verdad inefable, el encanto sin parecido de los discursos sinópticos, el giro profundamente Hebreo de estos discursos, las analogías que presenta con las frases de los doctores Judíos del mismo tiempo, su perfecta armonía con el pensar Galileo, todos estos caracteres, si se comparan con la gnosis un tanto oscura que forma parte del Evangelio de Juan, hablan bastante alto. Esto no quiere decir que no haya en el discurso de Juan admirables destellos, rasgos que vienen directamente de Jesús(36). Aunque el tono místico de estos discursos no responde en nada al carácter de la elocuencia de Jesús tal como aparece en los Sinópticos. Hay un nuevo espíritu, la gnosis ha comenzado ya. Se aleja la esperanza de próxima venida de Cristo, se entra en la aridez de la metafísica, en el dogma abstracto. El espíritu de Jesús no está ahí, y si el hijo de Zebedo ha escrito o dictado verdaderamente estas páginas, se había olvidado al escribirlas del lago de Genesaret y los encuentros que allí tuvo.

Una circunstancia que demuestra que el discurso en el cuarto Evangelio no es histórico, sino una composición destinada a cubrir con la autoridad de Jesús ciertas doctrinas apreciadas por el redactor, es la perfecta armonía con el estado intelectual de Asia Menor en el momento en que fueron escritas. Asia Menor era en esa época el teatro de un extraño movimiento de filosofía sincrética. Todos los gérmenes del gnosticismo ya existían. Parece ser que Juan bebió de esas fuentes. Quizá después de la crisis del año 68 (fecha del Apocalipsis) y del año 70(ruina de Jerusalem), el anciano apóstol, desengañado de una próxima venida del Hijo del Hombre en las nubes, se inclinara hacia ideas que fluían en su entorno y que podían amalgamarse bastante bien con ciertas doctrinas Cristianas. Prestándole esas ideas a Jesús no hizo sino seguir una inclinación bien natural. Los recuerdos se transforman, el ideal de una persona que hemos conocido cambia con uno mismo. Considerando a Jesús como encarnación de la verdad, Juan no pudo evitar atribuirle lo que él había llegado a tener como verdad.

También es muy probable que Juan no tuviera nada que ver en todo esto, y que estos cambios se hicieron en su entorno y por él. Uno está tentado de creer que las preciosas notas que vienen de él fueron empleadas por sus discípulos en un sentido muy distinto al espíritu evangélico primitivo. Algunas partes del cuarto evangelio fueron añadidas poco después, como es el caso del capítulo XXI(37), donde el autor parece haberse propuesto rendir homenaje al apóstol Pedro después de su muerte y responder a las objeciones que se iban a sacar o ya se sacaban de la muerte del mismo Juan 21:20-23. En otras partes aparecen tachaduras y correcciones(38). Esta perpetua argumentación, puesta en escena sin ingenuidad, estos largos razonamientos después de cada milagro, estos discursos rígidos, cuyo tono es a menudo falso e ilegal(39), no serían soportados por un hombre de gusto si los comparamos con las bellas frases en los Sinópticos. Se trata de piezas artificiales(40), que nos representan las predicaciones de Jesús como los diálogos de Platón nos ofrecen los encuentros de Sócrates. El vocabulario de Jesús no se aprecia en estos párrafos. La expresión del Reino de Dios que era tan familiar al Maestro(41), solamente aparece una sola vez(42). Sin embargo, el estilo del discurso de Jesús en el cuarto Evangelio ofrece la más completa analogía con el de las Epístolas de san Juan. Se puede apreciar que al escribir su discurso, el autor seguía, no sólo sus recuerdos, sino el movimiento bastante monótono de su propio pensamiento. Se despliega todo un nuevo lenguaje místico del que los Sinópticos no tienen ni idea(mundo, verdad, vida, luz, tinieblas, etc.). Jesús no pudo haber hablado en este estilo, que nada tiene de Hebreo, ni de Judío, ni de Talmúdico.

En cuanto a la obra de Lucas, su valor histórico es sensiblemente más débil. Es un documento de segunda mano. La narrativa es más madura. Las palabras de Jesús son más reflexivas, más compuestas. Algunas frases son llevadas a un extremo(43). Escrito fuera de Palestina, y seguramente después del asedio de Jerusalem(44), el autor indica los lugares con menos rigor que los dos otros sinópticos. Hay una falsa idea del Templo, que se representa como un oratorio donde se va a realizar las devociones(45), atenúa los detalles para tratar de ponerlos en concordancia con los diferentes relatos(46). Suaviza los pasajes que se habían convertido más embarazosos al punto de vista de una idea más exaltada de la divinidad de Jesús(47). Exagera lo maravilloso(48), comete errores de cronología(49), omite las glosas Hebreas(50), no cita palabra alguna de Jesús en este idioma, nombra todas las ciudades por su nombre griego. Se ve al escribano que copila, al que no ha visto directamente a los testigos y trabaja con textos, permitiéndose fuertes violencias para ponerlos en armonía. Lucas tenía probablemente ante sus ojos una selección biográfica de Marcos y las Logía de Mateo. Aunque las trata con mucha libertad, incluso funde juntas dos anécdotas o parábolas para crear una(51), descompone una para crear dos(52). Interpreta los documentos según su sentido particular, no tiene la impasibilidad de Mateo y Marcos. Es un devoto muy-exacto(53), se preocupa de que Jesús haya cumplido todos los ritos Judíos(54), es demócrata y ebionita exaltado, o sea opuesto a la propiedad y persuadido que la revancha de los pobres va a llegar(55), quiere poner de relieve de manera afectiva todas las anécdotas resaltando la conversión de los pecadores y exalta a los humildes(56), modifica a menudo las antiguas tradiciones para darles este giro(57). Admite en sus primeras páginas leyendas sobre la infancia de Jesús, narradas con largas amplificaciones, cánticos, procedimientos convencionales que forman los rasgos esenciales de los Evangelios apócrifos. En su relato de los últimos días de Jesús expone algunas circunstancias llenas de un sentimiento tierno y algunas palabras de Jesús ofrecen un belleza deliciosa(58) que no se encuentran en los relatos más auténticos, donde se puede sentir la leyenda. Lucas quizá las tomó prestadas de una selección más reciente donde se buscaba sobretodo excitar los sentimientos de piedad.

Lucas tuvo a la vista originales que ya no tenemos. Es menos un evangelista que un biógrafo de Jesús, un “armonista”, un corrector parecido a Marción y Tatiano. Aunque es un biógrafo del siglo I, un artista que, independientemente de las informaciones que sacó de las fuentes más antiguas, nos muestra el carácter del fundador con un rasgo de bondad, una inspiración de conjunto y un relieve que no tienen los otros dos sinópticos. Su Evangelio es de una lectura fascinante, porque a la belleza del fondo común, añade una parte de artificio y composición que aumenta de manera singular el efecto del retrato sin perjudicar su verdad.                                        
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1.     Antigüedades, XVIII, III, 3.
2.     Si está permitido llamarle hombre.
3.     Cf. Antigüedades, XX, IX, 1.
4.     Eusebio (Hist. Eccl., II, 23, y Demostr. Evang., III, 5) cita el pasaje sobre Jesús como lo leemos actualmente en Josefo. Orígenes (Contra Celso, I, 47; II, 13) y Eusebio (Hist. Eccl. II, 23) citan otra interpolación Cristiana, la cual no se encuentra en ninguno de los manuscritos de Josefo que han llegado hasta nosotros.
5.     Epístola de Judas, 14.
6.     Por ello se dice: Evangelio según/de los Hebreos, Evangelio según/de los Egipcios.
7.     Luc. 1:1-4.
8.     Hech. 1:1. Comp. Luc. 1:1-4.
9.     A partir de 16:10, el autor se da como testigo ocular.
10.   2 Tim. 4:44; Fil. 24, Colo., 4:14. El nombre Lucas (contracción de Lucanus) era bastante raro, no se trata aquí de un homónimo.
11.   Versículos 9, 20, 24, 28, 32. Comp. 22:36.
12.   Luc. 1:1-2; Orígenes, Hom. En Luc., I; San Jerónimo, Coment. En Mateo.
13.   Papías, en Eusebio, H.E., 3:39. Comparar con Ireneo, Adv. Haere., III, II y II.
14.   De ahí que el bello relato en Juan, 8:1-11 flotaba sin encontrar su lugar fijo en el cuadro de los evangelios recibidos.
15.   Justino, Apol., 1:33, 66, 67; Dial. Cum Trypho., 10, 100, 101, 102, 103, 104, 105, 106, 107.
16.   Julio el Africano, en Eusebio, Hist. Eccl., I, 7.
17.   Apol., I, 32, 61; Dial. cum Trypho, 88.
18.   Legatio pro Christ., 10.
19.   Adv. Graec., 5, 7 Cf. Eusebio, H.E, IV, 29; Teodoreto, Haeretic. Fabul, I, 20.
20.   Ad Autolycum, II,22.
21.   Adv. Haere., II, xxii, 5; III, i. Cf. Eus., H.E., V,8.
22.   Ireneo, Adv. Haere., I, iii, 6; III, xi, 7; San Hipólito, “Philosophumena”, VI, ii, 29 y siguientes.
23.   Ireneo, Adv. Haere., III, xi, 9.
24.   Eusebio, Hist. Eccl., V, 24.
25.   I Juan I,3,5. Los dos escritos ofrecen la identidad de estilo más completa, los mismos giros, las mismas expresiones favoritas.
26.   Epist. ad Philipp., 7.
27.   En Eusebio, Hist. Eccl., III, 39.
28.   Adv. Haere., III, xvi, 5, 8. Cf. Eusebio, Hist. Eccle., V, 8.
29.   Jn. 13:23; 19:26; 20:2; 21:7, 20.
30.   Jn. 18:15-16; 20:2-6; 21:15-19; Comp. 1:35,40,41.
31.   Jn. 6:63; 12:6; 21 y siguiente.
32.   La manera como Aristión o “Presbyteros Joannes” se expresaba sobre el Evangelio de Marcos ante Papías(Eusebio, H.E., III, 39) implica una crítica benevolente, o, por decirlo mejor, una especie de excusa, que parece suponer que los discípulos de Juan concebían el tema con actitud más positiva.
33.   Comparar Juan, 18:15 con Mat. 26:58; Juan 20:2-6, con Marc. 16:7. Ver también Juan 13:24-25.
34.   Jn. 1:14; 19:35; 21:24. Comparar la primera epístola de San Juan 1:3,5.
35.   Ver, por ejemplo, capítulos IX y XI. El efecto extraño que hacen los pasajes en Juan 19:35; 20:31: 21:20-23, 24-25, cuando un recuerda la ausencia de toda reflexión que distingue a los Sinópticos.
36.   Por ejemplo, Jn. 4:1; 15:12; Algunas palabras recordadas por Juan se encuentran en los sinópticos (Jn. 12:16; 15:20).
37.   Los versículos 20:30-31 forman parte de la antigua conclusión.
38.   Jn. 6:2, 22; 6:22.
39.   Ver, por ejemplo, 2:25; 3:32-33, y las largas disputas de los capítulos VII, VIII, IX.
40.   Parece como si el autor buscase pretextos para situar los discurso(cap. VIII, V, VIII, XIII y siguientes).
41.   Del que dan buena fe los Sinópticos, Hechos y  Epístolas de San Pablo, y el Apocalipsis.
42.   Juan, 3:3-5.
43.   Luc. 14:26. Las reglas del apostolado, Cap. X tienen un carácter particular de exaltación.
44.   Luc. 19:41, 43-44; 21:9-20; 23:29.
45.   Luc. 2:37; 18:10: 24:53.
46.   Por ejemplo, Luc. 4:16.
47.   Luc. 3:23. Omite Mat. 24:36.
48.   Luc. 4:14; 22:43-44.
49.   Por ejemplo, en lo que se refiere a Qirinio, Lisanias, Teudas.
50.   Comparar Luc, 1:31, con Mat. 1:21.
51.   Por ejemplo, Luc. 19:12-27.
52.   Así, a la comida en Betania le da dos relatos (Luc. 7:36-48, y 10:38-42).
53.   Luc. 23:56.
54.   Luc. 2:21,22,39,41,42. Es un rasgo Ebionita. Cf. Philosophumena, VII, VI, 34.
55.   La parábola del rico y Lázaro. Comparar Luc. 6:20, 24; 12:13; 16 entero; 22:35; Hechos 2:44-45; 5:1.
56.   La mujer que unge los pies, Zaqueo, el buen ladrón, la parábola del Fariseo y el Publicano, el hijo pródigo.
57.   Por ejemplo, María de Betania es para él una pecadora que se convierte.
58.   Jesús llorando sobre Jerusalem, sudando sangre, el encuentro con las mujeres, el buen ladrón, etc. Las palabras a las mujeres de Jerusalem(Luc. 23:28-29) no pueden haber sido concebidas sino después del sitio de Jerusalem en el 70.