jueves, 28 de febrero de 2013

LA BIBLIA, CAÍN Y ABEL


GÉNESIS 4-11
Caín y Abel

El Yahvista ofrece otro paradigma del pecado en el relato de Caín y Abel. La rivalidad entre hermanos es un tema común en el folclore, como lo es el conflicto entre agricultores y pastores. En este caso, sin embargo, el conflicto es iniciado por el aparente capricho de Dios en preferir la ofrenda de Abel. El rechazo del sacrificio de Caín no es debido a ningún pecado por su parte; más bien, éste se convierte en la causa del pecado. Le es dicho “a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar”. Como en el relato de Adán y Eva, hay una asunción vigorosa de libre voluntad, y una apreciación realista de la fuerza de la tentación. Caín asesina a su hermano, pero es interesante como no es condenado a muerte. Más bien es sentenciado a vagar por la tierra, y su historia se convierte en etiología de los Kenitas, itinerantes que vivían en el desierto al sur de Judá.

LOS HIJOS DE DIOS
La breve reseña acerca de “los hijos de Dios” (o sea, dioses, o seres celestiales) en Génesis 6:1-4 es difícil de asignar a una fuente. (El v. 3, donde Yahvé limita la duración de la vida humana, no forma necesariamente parte de la historia acerca de los hijos de Dios (Elohim), y puede ser un añadido.) El episodio de los hijos de Dios parece ser un fragmento de un mito politeísta. Igual que otras muchas historias en Génesis, tiene un aspecto etiológico: explica el origen de los Nephilim (literalmente, “los caídos”), los “héroes de antiguo”. En las versiones Griega y Latina, los Nephilim son traducidos como “gigantes” –una traducción sugerida por el hecho que los Gigantes en la mitología Griega (ver la “Teogonía” de Hesiodo) nacieron de la unión del Cielo y la Tierra. Evidentemente, esta historia era conocida en el antiguo Israel, y fue incorporada (probablemente por el Yahvista) como parte del relato de la Historia Primordial.

En sí mismo, el informe en Gén.6:1-4 no juzga sea a “los hijos de Dios” ni a los Nephilim, solo señala que estos últimos eran famosos. El episodio es seguido, sin embargo, por la afirmación que Yahvé vio que la maldad de los hombres era grande sobre la tierra; esta frase introduce el relato del diluvio. Quizá el Yahvista, o quienquiera que fuese pusiera una historia al lado de otra, trataba de implicar una conexión, de manera que la maldad de la humanidad resultase de la descendencia de los hijos de Dios y el surgimiento de los Nephilim. Nada más se dice en Génesis para desarrollar esta conexión. En tradiciones posteriores, sin embargo, se convirtió en todo un mito. En el Libro de los Vigilantes (1 Enoch 1-36), una obra apocalíptica escrita en Arameo en el siglo tercero o comienzos del segundo a.C., los hijos de Dios se convierten en “los Vigilantes”, seres angélicos que descendieron a la tierra en un acto de rebelión. Los Vigilantes impartieron a la humanidad todo tipo de conocimientos prohibidos. Los gigantes que engendraron causaron gran confusión en la tierra debido a su conducta ilícita. Eventualmente, el diluvio es enviado para limpiar la tierra. El libro de los Jubileos (escrito en Hebreo, siglo segundo a.C.) también realiza una conexión entre los descendientes de los ángeles caídos y la expansión de la maldad en la tierra. A diferencia de 1 Enoch, sin embargo, los Jubileos afirman que los Vigilantes descendieron originalmente a la tierra para enseñar a los hombres a hacer lo que es justo y correcto en la tierra (Jub. 4:15), aunque pecaron al unirse a las hijas de los hombres. El mito de los ángeles caídos tuvo larga vida en la tradición Occidental, y fue formulado en forma clásica en el “Paraíso Perdido” de John Milton. El texto bíblico, sin embargo, contiene sólo el germen de este mito. El Yahvista localiza la responsabilidad del pecado en las acciones de los seres humanos en lugar de en los ángeles caídos, y lo mismo es verdad para el editor Sacerdotal de la Historia Primordial.

EL DILUVIO
Según Gén. 6:5, la maldad de la humanidad es debida al hecho que “todos los proyectos de su mente eran puro mal de continuo”. La inclinación (yeser, en Hebreo) de los seres humanos vino a ser un tema de mucha especulación en la posterior tradición Judía. Según la Midrash (comentario rabínico) sobre el Génesis, la gente tiene dos inclinaciones, una buena, otra mala, y se es responsable de la que se elige seguir. Esas inclinaciones fueron plantadas por Dios cuando la creación. Para los posteriores rabinos, este fue un plan realizado a propósito por Dios. En Génesis, sin embargo, uno más bien obtiene la impresión de un experimento que salió mal: “Le pesó al Señor de haber creado al hombre en la tierra, y se afligió en su corazón”. A este respecto, el relato del Génesis, se asemeja al mito Babilonio de Atrahasis. Ahí también a los dioses les pesa haber creado a la humanidad, de hecho esto ocurre varias veces. El problema es que los seres humanos se multiplicaban muy rápido y hacían mucho ruido, y por ello los dioses enviaron una plaga y enfermedades para destruirlos. Cada vez el dios Ea salva a la humanidad y le revela el plan al sabio Atrahasis. Finalmente los dioses envían el diluvio. Génesis pasa por alto los intentos de destruir a la humanidad mediante la enfermedad y pasa directamente al diluvio. También es característico del Génesis que el problema es la maldad en lugar del control del ruido o la población.

Hay dos versiones del relato del diluvio en la literatura Babilonia. En uno, el héroe del diluvio es Atrahasis. En el otro, que forma parte de la Épica de Gilgamesh, es Utnapishtim. El relato bíblico está claramente relacionado con éste último de alguna manera. Todos los héroes del diluvio, razonablemente, cubren su embarcación con alquitrán. El arca de Utnapishtim, como la de Noé, se posa en la cima de una montaña, y ambos envía pájaros (paloma, golondrina, y cuervo) para ver si las aguas han bajado. Cuando salen del arca, cada uno de los héroes ofrece un sacrificio. En el mito de Atraharsis, cuando los dioses huelen la fragancia se reúnen como mosquitos alrededor de la ofrenda. Sin embargo, el dios Enlil está enfadado debido a que la vida ha sobrevivido. Los dioses llegan a un compromiso de manera que la población humana sea controlada por aflicciones menos drásticas (bestias salvajes, hambrunas, nacimientos fallidos). En el relato de J, también, Yahvé se siente complacido por el olor del sacrificio, aunque reacciona de manera más generosa que sus contrapartes Babilonias. La humanidad no es del todo culpable, “pues la inclinación del corazón humano es mala….”, y por ello Yahvé promete que nunca más volvería a destruir a los seres vivientes con un diluvio.

El relato sacerdotal del diluvio está caracterizado por los típicos intereses Sacerdotales en detalles precisos. Le son dadas a Noé las medidas específicas para el arca. Sólo un par de cada clase de animales es tomado, reflejando la preferencia Sacerdotal por los opuestos binarios. Los eventos son datados con precisión. El diluvio ocurre a los seiscientos años de la vida de Noé. Sale del arca el años seiscientos uno, el segundo mes, el día veintisiete del mes. Igual que los primeros seres humanos en el relato de la creación, le es dado dominio sobre la tierra y poder para multiplicarse. Además, se le permite a la humanidad comer carne: “todo lo que se mueve y tiene vida os servirá de alimento”(9:3). Hay una restricción, no obstante, “sólo dejaréis de comer la carne con su vida, es decir, con su sangre” (Gén. 9:4). Además, el hecho que la humanidad está hecha a la imagen de Dios es citado como razón para abstenerse de matar: “Quien vertiere sangre de hombre, por otro hombre será su sangre vertida, porque a imagen de Dios hizo Él al hombre”(9:6).

Quizá el detalle más importante en el relato Sacerdotal del diluvio es la alianza que Dios realiza con Noé al final. Dios promete no destruir la tierra mediante un diluvio de nuevo, y pone el arco iris en el cielo como señal de esta promesa. La alianza, sin embargo, es entendida normalmente incluyendo el mandamiento a Noé de no comer carne con su sangre. En la tradición Judía, estos mandamientos fueron ampliados y aplicados también a los Gentiles. Incluyen típicamente prohibiciones de idolatría, maldecir a Dios, maldecir a los jueces, crimen, incesto y adulterio, robo, y el comer carne con su sangre. Los gentiles que observaran esas leyes eran vistos como justos. La teología Sacerdotal estaba principalmente interesada en los mandamientos de Dios a Israel, aunque también reconocía el marco humano común provisto por la creación.

LA TORRE DE BABEL
El episodio final en la Historia Primordial de J es la historia de la Torre de Babel (Gén. 11:1-9). El pueblo que vivía en el país de Shinar (Babilonia) decidió: “Vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en el cielo, y hagámonos famosos”. (La torre es una alusión a los zigurats, o pirámides escalonadas asociadas con los templos Babilonios.) Igual que Yahvé en la historia de Adán y Eva desconfía del conocimiento humano y desaconseja su búsqueda, aquí parece desconfiar del progreso tecnológico (incluso del desarrollo urbano) y aconseja apartarse de él. De nuevo, la historia tiene un aspecto etiológico. Responde a la cuestión de por qué la gente habla diferentes idiomas. También es una explicación sarcástica del nombre de Babilonia (Babel = balbucear). Los Israelitas seguramente tenían conocimiento de Babilonia desde hacía bastante tiempo, aunque el escenario obvio en el cual esta parodia tenía sentido es en el exilio en Babilonia, o posteriormente, cuando el pueblo de Judá tenía buenas razones para resentirse de la pretensiones Babilonias.

Aquí de nuevo tenemos motivos para pensar que la sección de J que trata con la Historia Primordial es una composición tardía. Temáticamente, el relato de la torre ofrece una conclusión apta para esta fase de la historia en la medida que reitera el tema de las limitaciones humanas y los peligros involucrados cuando se trata de ser como Dios o alcanzar el cielo.

LAS GENEALOGÍAS SACERDOTALES
Los editores sacerdotales de estas narrativas trataron de integrarlas en el desarrollo de una historia insertando genealogías. Una genealogía, en Génesis 5, traza el desarrollo de la humanidad desde Adán a Noé. En el capítulo 10 encontramos una lista de los descendientes de Noé. Finalmente, en Génesis 11, el editor traza las generaciones desde Sem a Abraham. Estas genealogías son principalmente un mecanismo de conexión en la narrativa, aunque también ofrecen uno para que el editor establezca las relaciones entre los diferentes pueblos conocidos. Ambos relatos Biblicos de la creación asumen un modelo difusionista de la expansión de la humanidad –dado que sólo hubo una creación de la humanidad, todos los seres humanos han de estar últimamente relacionados. Inevitablemente, esas genealogías son ficticias, aunque sirvieron para dar sentido de orden a la diversidad de la sociedad humana, y también ayudaron a mantener el foco bíblico sobre la historia de Israel en perspectiva. Incluso los Gentiles, en todas sus variaciones étnicas, estaban hechos a la imagen de Dios.
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COMENTARIOS
Brueggemann, Walter, Génesis. IBC. Atlanta: John Knox, 1982.

Fretheim, Terence E. “Genesis”. En NIB 1.319-426.

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Rad, Gerhard von. Genesis. Trad. J.H. Marks. OTL. Philadelphia: Westminster, 1972.

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Anderson, Gary A. “The Genesis of Perfection: Adam and Eve in Jewish and Christian Imagination”. Louisville: Westminster John Knox, 2001. Interesante discusión sobre cómo la historia de Adán y Eva fue elaborada en la tardía tradición Judeo-Cristiana.

Barr, James. “The Garden of Eden and the Hope of Immortality”. Minneapolis: Fortress Press, 1993. Incisiva clarificación de lo que el texto dice y no dice.

Batto, Bernard F. “Slaying the Dragon: Mythmaking in the Biblical Tradition”. Louisville: Westminster, 1992 (41-101). Discusión de Génesis 1-3 a la luz de paralelos Bibilonícos.

Brenner, Athalya, ed. “A Feminist Companion to the Bible”. FCB 2/1. Sheffield: JSOT Press, 1993. Colección de ensayos desde una perspectiva feminista.

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Garr, W. Randall. “In His Own Image and Likeness: Humanity, Divinity, and Monotheism”. CHANE 15. Leiden: Brill, 2003. Detallado y penetrante análisis de Génesis 1.

L´Heureux, Conrad E. “In and Out of Paradise: Th eBook of Genesis from Adam and Eve to the Tower of Babel”. New York: Paulist, 1983. Excelente uso de los paralelos Babilonios.

Meyers, Carol L. “Discovering Eve: Ancient Israelite Women in Context”. New York: Oxford Univ. Press, 1988 (72-138). Una lectura histórica feminista. Cuestiona la comprensión tradicional de la Caída.

Trible, Phyllis. “God and the Rhetoric of Sexuality”. OBT. Philadelphia: Fortress Press, 1978. Literatura Feminista Innovadora.








martes, 19 de febrero de 2013

NACIMIENTO Y RENACIMIENTO


NACIMIENTO Y RE-NACIMIENTO
El nacimiento de Jesús permanece en la oscuridad. La luz se hace solamente a la hora de su renacimiento: o sea, el bautismo en el Jordán a manos de Juan. Esto no es una coincidencia sino que se corresponde con la concepción de Jesús mencionada en la conversación con el Fariseo Nicodemo: “Quien no naciere de arriba no podrá entrar en el reino de Dios”(Juan 3:3).

El concepto de renacimiento es en el Judaísmo de tiempos de Jesús claramente una creencia popular. Juan el Bautista es identificado en el Nuevo Testamento como el retorno de Elías; Jesús también fue pensado como Elías. Pero habría que examinar la figura de Elías más de cerca, pues según la leyenda bíblica no murió sino que fue elevado al cielo en un carro de fuego (2 Rey. 2:11). Así el profeta Malaquías (4:5)(1) esperaba el retorno de Elías –un motivo mencionado repetidas veces en la Haggada. Elías y Enoch (Gén. 5:24) son los únicos personajes del Antiguo Testamento de los que se dice que no murieron y cuyo regreso era por lo tanto anticipado.

También encontramos la idea de renacimiento respecto a los fallecidos. Esto explica por qué la gente consideraba a Jesús como uno de los antiguos profetas que había retornado (Luc. 9:8,19). En el Talmud hay muchas alusiones a la creencia en la transmigración de las almas, o renacimiento, como sería el comentario, “Mardoqueo, o sea, Samuel”. El comentario implica que el Judío Mardoqueo, tío de la Reina Ester, era la reencarnación del profeta Samuel. La doctrina de la transmigración de las almas, que es orgánica al concepto de renacimiento, se desarrolló en el misticismo Judío, en la Kabala y continúa en la creencia popular Hasídica. Según esta concepción una persona nace y renace una y otra vez, experimentando de esta manera un “gilgul neshama”, una transmigración de las almas, o uniéndose a otra alma (“`ibbur neshama” o “dibbuk”); el renacimiento tiene lugar tantas veces como sea necesario hasta que la redención sea realizada (tikkun).

La antigüedad de esas concepciones dentro del Judaísmo no es importante aquí. Tradicionalmente, se remontan a los orígenes de la humanidad y fueron reveladas de manera más completa a través del Rabino Shim`on Ben-Yochai (un contemporáneo del Rabino `Akiva) en el Zohar, a él atribuido(2). Sabemos con certeza que el Zohar es una obra medieval, aunque esto no desmiente las posibles remodelaciones literarias de las antiguas tradiciones y atribuciones seudo-epigráficas a algún personaje reverenciado de la antigüedad. De cualquier forma, el Nuevo Testamento muestra que la creencia en el renacimiento (transmigración) era corriente en tiempos de Jesús. La medida en la que influencias del Lejano Oriente estaban presentes no puede ser considerada aquí; además, no hay evidencia inmediata de semejantes influencias, y hay que hablar más bien de concepciones arquetípicas del alma que pueden surgir entre pueblos y culturas más o menos independientes.

La creencia popular Judía, en tiempos de Jesús y posteriormente, conecta renacimiento con la transmigración de las almas; el mismo Jesús, al menos en la doctrina a él atribuida, profundiza y re-interpreta el concepto. (Es típico de la manera de enseñar de Jesús tomar conceptos familiares y reinterpretarlos, en lugar de crear nuevos). La palabra “palingenesia”, “renacer” aparece en el Nuevo Testamento solamente dos veces (Mat. 19:28 y Tito 3:5) y es empleada en ambos casos en alusión a la era mesiánica: la ciudadanía del Reino de los Cielos de Dios ha renacido. Pero la conversación en Juan 3:1-21 –aunque puede ser un kerigma posterior- penetra profundamente en la esfera conceptual del renacimiento como lo entendía Jesús. En este diálogo Nicodemo pregunta ingenuamente, “Cómo puede el hombre nacer siendo viejo? Acaso puede entrar de nuevo en el seno de su madre y volver a nacer”?(v.4). La respuesta de Jesús no es que una persona muere y entonces renace, lo que correspondería al concepto de transmigración de las almas, sino que una persona puede renacer del agua y el espíritu; el espíritu o viento, “sopla donde quiere”(v.8). Solamente renaciendo de esta manera puede una persona llegar a ser ciudadano del Reino de Dios.

Del agua y del espíritu! Espíritu ha de ser entendido en el doble sentido de la palabra Hebrea “ruach” y de la palabra Griega “pneuma”. Ruach-pneuma en sentido bíblico significa tanto “viento” como “espíritu”. En su traducción de la Biblia Martín Buber traduce esta palabra como “Braus” “rugido”.

La conversación de Jesús con Nicodemo, en su enseñanza del renacimiento del agua y del espíritu, es claramente la base del (posterior) sacramento del bautismo. El bautismo en sí mismo, no obstante, de ninguna manera es instituido por Jesús. Él mismo no bautizaba pero se dejó bautizar por Juan (Marc. 1:9). Este bautismo de Juan no presenta ninguna novedad dentro del Judaísmo, pues era un ritual ampliamente practicado por los Judíos de la época, igual que lo es hoy día. La palabra “bautismo” vino a ser malentendida en su posterior desarrollo eclesiástico; más exactamente, se refiere a “tevila”, “baño de inmersión”. Jesús de hecho toma un baño de inmersión en el Jordán, no diferente al de cientos o incluso miles de sus contemporáneos que bajaban al Jordán a completar el ritual de purificación. La ley de la Torah (Lev. 22:6) prescribe el baño de inmersión para numerosos tipos de impurezas, especialmente la de tocar un cadáver o un esqueleto. Los Esenios y las sectas de Qumran conceptualizaron el baño de inmersión como un medio de purificación: una catarsis. El Rabí Akiva incluso fue más lejos en su famoso juego de palabras al final del tratado de la Mishna Yoma: Felices sois, O Israel. Ante quién os purificáis? Y quién os purifica? Es vuestro Padre en el cielo. Como está escrito, “Os aspergeré con aguas puras y os purificaré de todas vuestras impurezas”.  (Ezeq. 36:25). Y continúa diciendo, “O esperanza (mikve) de Israel! O Señor! (Jer. 17:13) –Biblia Hebrea-. “Si el baño de inmersión (mikve) purifica al impuro, igualmente el Santo, bendito sea, purifica Israel” (Yoma 8.9). La palabra “mikve” usada en el texto tiene ambos significados: esperanza y baño de inmersión(3).

El llamado bautismo de Juan, al que Jesús se somete y que podemos caracterizar como el hecho de su renacimiento y comienzo de su ministerio público, ha de ser visto dentro de esta tradición Judía.

Aunque en su conversación con Nicodemo, Jesús enfatiza que el espíritu pertenece al agua (baño de inmersión). Esta es una alusión obvia a Génesis 1:1: “Un viento (=espíritu) de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas”. El exegeta rabínico clásico Rabí Shelomo Ben-Yitschak, llamado Rashi (sur de Francia 1040-1105), cita una midrash en su comentario sobre este pasaje: “El Espíritu de Dios aleteaba como una paloma sobre su nido” (BT, Chagiga 15a). Aquí tenemos una concepción del espíritu de Dios, el cual en forma de paloma aletea sobre el agua durante el renacimiento de Jesús en su bautismo en el Jordán a manos de Juan. La palabra usada en Génesis, “merachefeth”, significa  “cernirse/planerar” o “incubar”; la misma imagen la encontramos en la canción final de Moisés (Deut. 32:11), habla de un águila que revolotea sobre sus polluelos.

Jesús de Nazaret probablemente tenía unos treinta años cuando llegó al Jordán en orden a completar, como muchos de sus contemporáneos, la purificación ritual bajo la guía de Juan. Claramente, en este acto ceremonial deviene consciente de su misión. Sólo en este momento se hace visible para nosotros. La “tevila”, la inmersión, representa el renacer propiamente dicho, cuando la persona es inmersa es cubierta por las aguas; se sumerge en orden a resucitar de nuevo simbólicamente como un hombre nuevo, purificado de sus pecados(4). Esta concepción continuó siendo vital en la comunidad de Jesús.
El nacimiento físico de Jesús está envuelto por la oscuridad. Mat. 1:1-17 y Luc. 3:23-38 ofrecen un árbol genealógico de Jesús, pero ambos se contradicen. Mateo describe un árbol genealógico desde Abraham a Jesús en 3 grupos de 14 generaciones cada uno (14 = 2 x 7, el número sagrado): de Abraham a David = 14; de David al exilio en Babilonia = 14; del Exilio en Babilonia a Jesús = 14 (hacen un total de 42 generaciones). En el relato de Mateo, José, el esposo de María, la madre de Jesús, es un hijo (descendiente) de Jacob. Según Lucas, el mismo José es un descendiente de Elí.

Igualmente, el relato de la disputa en el Templo del Jesús adolescente con los doctores de la Ley pertenece a la leyenda (Luc. 2:41-52). El punto es enfatizar que Jesús no fue estudiante que hubiese recibido conocimiento de un maestro. Aparece más bien como alguien inspirado por Dios, que incluso como joven era superior a los expertos. Es significativo que Jesús sea presentado a la edad de doce años, dado que según una sagrada concepción Judía aún vigente, un joven con 13 años es un “bar-mitsva”, hijo de la Ley (Pirkei-´Avoth 5:25). La narrativa de Lucas quiere transmitir que antes de su madurez religiosa, Jesús ya tenía conocimiento de la Torah, conocimiento que superaba de lejos al de los doctores en la Ley.

Toda la evidencia indica que Jesús era de Nazareth. Aquí también se puede reconocer un intento, quizá algo forzado, de relacionar su linaje con el texto bíblico –o sea, con la visión de la venida del Reino de Paz (Is. 11:1): “Y brotará un retoño del tronco de Jesé/y retoñará de sus raíces un vástago”. Este vástago, o retoño, es llamado en Hebreo “netser” y está asociado con Nazareth (Mat. 2:23).

Una conexión etimológica de este tipo es conocida en la tradición Hebrea como un “´asmakhta”. Un “´asmakhta” no posee ningún valor exegético inmediato sino, más bien tiene un carácter homilético; es un elemento esencial de la Midrash, la exposición legendaria de las Escrituras.

Se puede observar en los motivos tanto de Belén como en el de la huida a Egipto el deseo de presentar al Jesús que era predicado a los Judíos como el Mesías prometido por los profetas y representar su vida como cumplimiento de las profecías; en la tradición de Nazareth vemos, no obstante, lo opuesto. Hay una molesta insinuación en la pregunta: “de Nazareth puede salir algo bueno”? (Juan 1:46). El Mesías tenía que nacer en Belén o en la ciudad Santa de Jerusalem. Jesús viene, sin embargo, de Nazareth, un lugar no mencionado en absoluto en el Antiguo Testamento. Había que descubrir un lazo de unión con un texto bíblico –preferiblemente con una profecía mesiánica- en forma de “derash”, o interpretación homilética.

La imagen de un Jesús carpintero completamente analfabeto ha de ser rechazada, pues ya en la sinagoga de Nazareth Jesús lee en voz alta la sección del profeta, el “haftara”, que es algo que ningún “`am-ha´arets” (completamente analfabeto) podría hacer. Tenemos toda la razón al asumir que Jesús conocía la Biblia Hebrea muy bien, especialmente la Torah y los Profetas. La manera de enseñar de los “Tannaim”, los escolares contemporáneos de Jesús, le era familiar, aunque esto no implica que él mismo fuese alumno de algún famoso maestro. El hecho que lo llamasen “Rabí” sugiere que aparecía ante aquellos a su alrededor como persona completamente conocedora de la Ley. Habría pues que pensar a Jesús como un hombre “auto-educado”, que había estudiado la Biblia en su pequeño Nazareth continuando posteriormente sus estudios hasta alcanzar un nivel revolucionario de conocimiento.

Pero todo esto se hunde en las aguas del Jordán. Es el Resucitado del sepulcro de las aguas el que entra en la historia. La persona que facilita su renacimiento espiritual, su padre espiritual, es Juan el Bautista. Quién era Juan?

Según Luc. 1:5-25, Juan era el hijo de un devoto sacerdote, Zacarías, de la dinastía de Abías (1 Cró. 24:10), y su esposa Elisabet (´Elisheva`), desde mucho tiempo estéril.

El ángel Gabriel –el mismo que anuncia el nacimiento de Jesús- anuncia el nacimiento de Juan al sacerdote Zacarías en el Templo durante el servicio. En el relato del nacimiento de Juan, hay numerosos elementos del Antiguo Testamento entrelazados. Zacarías y Elisabet tienen la misma edad y esterilidad que Abraham y Sara. El anuncio del nacimiento milagroso de Juan  recuerda el del juez Sansón; como Sansón, Juan (Yochanan) será un “nazir” (Nazareno; Jue. 13:4-5), alguien que no bebe vino ni licor alguno embriagante (Luc. 1:15). La institución Nazarena –un grupo de hombres que de por vida o durante cierto periodo de tiempo mantiene el voto de abstinencia de alcohol y se dejaban crecer el cabello, viniendo a ser identificados como hombres dedicados a Dios- es establecida en la Ley de los Nazarenos (Núm. 6:1-21)(5). En tiempos de Juan era tan estrictamente observada que la Mishna le dedica todo un tratado, titulado Nazir, a esta institución.

                                 
La institución Nazarea compartía ciertos rasgos bárbaros con otros movimientos ascéticos y estaba consecuentemente asociada con los Recabitas (1 Cro. 2:55; Jer. 35), quienes igualmente rechazaban el alcohol y vivían en tiendas en el desierto en lugar de en un lugar permanente. Un comentario en Luc. 1:80 sugiere que cuando joven Juan estuvo cerca de los Recabitas –extraordinario para el hijo de un sacerdote: “El niño crecía y se fortalecía en espíritu, y moraba en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel”. Recientemente, ha habido en algunos estudiosos una tendencia a ver una conexión entre Juan y Qumran. Según este punto de vista, el niño no puede haber permanecido solo en el desierto sino que fue probablemente educado en la sociedad monástica de Qumran según el espíritu de la secta. Juan es visto, más allá de su violente muerte (Marc. 6:27-29), como el retorno de Elías, que estuvo él mismo muy conectado al desierto.

Sobre el fundamento del legendario relato de la Visitación (Luc. 1:39-56), Jesús y Juan deben haber tenido aproximadamente la misma edad, quizá Juan era unos meses mayor, dado que ambas madres, María y Elizabet, estaban embarazadas al mismo tiempo. La tradición de la Visitación es tan poco clara que el lugar de encuentro de las dos mujeres es identificado solamente como “un pueblo en las montañas de Judá” (v.39), posteriormente pensado como Ein Karem en las cercanías de Jerusalem. Aunque este informe no tiene fundamento histórico, su significado kerigmático está, no obstante, claro. Juan tiene que ser al menos unos meses mayor que Jesús en orden a que su papel como “precursor” pueda parecer sensible. Las dos madres bendecidas han de encontrarse mutuamente de manera que el plan de salvación de Dios pueda ser hecho visible. La leyenda, no obstante, es completamente transparente. Se puede reconocer fácilmente que una más antigua tradición de los discípulos de Juan transformó el nacimiento de su maestro en milagroso. Los discípulos de Jesús no podían simplemente descartar esta tradición, así que desarrollaron ellos un nacimiento más milagroso aún. Es sorprendente que no tengamos noticias del nacimiento de ninguno de los discípulos o apóstoles sino solamente una leyenda detallada del nacimiento de Juan. Se podría esto explicar mediante una tradición independiente emanante del círculo de Juan, posiblemente relacionada en cierta manera con Qumran?

En el nacimiento de Juan hay que señalar también la pérdida temporal de la facultad del habla que afectó a su padre, Zacarías. Es presentada como castigo por haber dudado del anuncio del nacimiento del niño. Pero a un nivel más profundo un motivo diferente es discernible. Los grandes predicadores eran a menudo afectados por una pérdida temporal del habla o por un impedimento en ésta; simbólicamente esto significa la pesadez de la Palabra de Dios en la boca de los hombres. Moisés era un hombre “torpe de palabra” (Éx. 6:12), y los labios de Isaías hubieron de ser purificados por el fuego primero con un carbón encendido tomado del altar por un ángel (Is. 6:5-7).

Juan es introducido como heraldo, específicamente como uno que “grita” en el desierto. Un impedimento del habla ha de preceder este grito –aquí, sin embargo, es transferido al padre.

En su circuncisión se suponía que Juan debía ser llamado como su padre, Zacarías (Luc. 1:59). La costumbre de dar al hijo el nombre de su padre es muy rara entre los Judíos; en cualquier caso, no es ciertamente una costumbre, como asume el Cristiano Pagano Lucas. (Se sabe del caso, por ejemplo, en el libro de Tobías, en que tanto el padre como el hijo son llamados Toviya, Tobias(6). En el Talmud igualmente hay algunos casos en los cuales padre e hijo llevan el mismo nombre. Hoy día en la sociedad Judía el nombre del padre se le da normalmente al hijo solamente cuando el nacimiento tiene lugar después de la muerte del padre). Aquí, sin embargo, tanto la madre como el padre quieren llamar al niño Yochanan (Juan), lo que causó sorpresa entre sus conocidos, dado que nadie en su familia se llamaba así.

A lo largo del desarrollo kerigmático y dogmático, Juan vino a ser visto como el último profeta de la Antigua Alianza y el primero de la Nueva Alianza, el “primer exégeta de Jesús”, como lo llama Claus Westermann. Sobretodo Juan era visto como precursor de Jesús y necesariamente fue perdiendo importancia en la misma medida en que Jesús la adquiría.

Juan, o Yochanan, como probablemente se llamaba a sí mismo, es visto por Josefo como uno de los predicadores del arrepentimiento con más éxito de su época, no como un personaje más. Tenía su propio grupo de discípulos, probablemente más grande que el de Jesús. Así en Hechos 18:24-28 hay un informe sobre un judío de Alejandría, llamado Apolo, nombre completamente Griego, que vino a Éfeso y continuó allí la tradición bautismal practicada por Juan. Este Apolo es sin duda un Judío de la diáspora que vino a estar asociado con el grupo de Juan antes de unirse a la comunidad de Jesús. No sabemos, no obstante, cuantos discípulos de Juan no dieron este paso. Ver a Juan solamente en relación a Jesús es algo miope. Habría que mirar a Juan desde una perspectiva más amplia: o sea, desde la del movimiento de arrepentimiento de su época, en la que muchos predicadores renovadores como él estuvieron involucrados.

El gobierno extranjero Romano en el país y el violento régimen de Herodes Antipas eran vistos, como en muchos otros momentos críticos de la historia Judía, como los dolores de parto mesiánicos. En aquellos caóticos tiempos, de los que Juan el Bautista decía, “Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego” (Mat. 3:10), había aún un refugio: Dios mismo. El tratado de la Estoa dice, “En quién podemos confiar (en el tumulto de semejante época tan peligrosa)? En nuestro Padre en el cielo” (9:15).

La predicación de Juan es una manifestación de la inminente expectativa del “día grande y terrible” del que habló Malaquías (4:5): “He aquí que yo enviaré a Elías el profeta antes que venga el día de Yahvé, grande y terrible”. Juan también era visto por sus contemporáneos, a la luz de esas palabras de Malaquías, como el retorno de Elías.

Respecto al estilo de vida de Juan, sabemos que vestía una piel de camello, y un cinturón de cuero, se alimentaba de langostas y miel silvestre. El comer langostas no violaba las leyes sobre la comida en la Torah (Lev. 11:22); la Mishna trata las características particulares de esas langostas aceptables para el consumo. En este caso, no obstante, comer langostas probablemente también ofrece una interpretación figurativa de cómo los profetas manejaban los símbolos (como en Oseas, Ezequiel, y Jeremías). Las langostas son señal de juicio en el profeta Joel (1:4, 2:25), y en el relato de las diez plagas de Egipto están conectadas con el juicio de Dios (Éxod. 10:1-20).

Al contrario de los hombres de Qumran, Juan vivía solo (ofreciendo, pues, un modelo para los futuros Eremitas Cristianos). Da la impresión y cabe la posibilidad que Juan fuese un “shaliach”, un apóstol de la secta de Qumran, que perseguía una misión interna, dirigiendo su servicio a aquellos fuera de la comunidad. Mientras la gente de Qumran formaban una santa hermandad, Juan se va al desierto donde los Qumranitas tenían su centro. Llama a las masas al desierto para el arrepentimiento y el baño de inmersión. Este desierto ha de ser entendido como un “desierto de piedras”. Por ello Juan elige su famosa metáfora según la cual los nuevos hijos de Abraham surgirían de esas piedras en el desierto (Luc. 3:8). Quizá no sea erróneo ver aquí una alusión a la leyenda de la esposa de Lot, convertida en piedra (la llamada estatua de sal es de hecho una gran piedra) en el desierto debido a su desobediencia (Gén. 19:26; cf. Luc. 17:32). La desobediencia lleva a la petrificación del corazón, que es precisamente lo que la leyenda expresa en lenguaje simbólico. Si el juicio de Dios convierte en piedras a los hombres, la gracia de Dios puede hacer hombres de las piedras, una imagen que encontramos en los profetas en la forma de la conversión del corazón de piedra en un corazón de carne (Ezeq. 36:26).

La inmersión o bautismo ritual de Juan no representa algo único en su época. Además está documentado con frecuencia entre los Esenios. Aunque el baño de inmersión no es conocido de los antiguos profetas en esta forma. Ezequiel habla solamente de rociar con agua pura (36:25), lo que seguramente no era la misma cosa, dado que recuerda el ritual de purificación en el cual las cenizas de una novilla roja se mezclaban en agua (Núm. 19:17-22).

Aunque el agua es el elemento más conocido de Juan, el fuego también era un elemento de su predicación. Aparece en las pocas palabras de Juan que nos han sido transmitidas: “Todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego”(Luc. 3:9), y continúa diciendo, “Yo os bautizo en agua; pero llegando está otro más fuerte que yo…… El os bautizará en el  Espíritu Santo y en fuego. En su mano tiene el bieldo….. y almacenará el trigo en su granero,, mientras la paja la quemará con fuego inextinguible” (vv. 16-17). En Mateo 3:10-12 estas tres frases se siguen una tras otra en sucesión inmediata.

El agua del baño de inmersión en el Jordán precede el fuego de la revelación (el Espíritu Santo) y del juicio, igual que en el Antiguo Testamento el agua del diluvio precede al fuego de la revelación (el fuego de la zarza ardiente en el Monte Sinaí).

Entre los muchos Judíos que pasaron por el baño ritual de inmersión uno de ellos era Jesús de Nazaret. Puede parecer algo inaceptable dado que el ritual era realizado para la purificación de los pecados. Aunque una vez que el maestro transformado aparece en el círculo de sus discípulos –como sin pecado- la purificación a manos de Juan parece insignificante. Mateo, una versión posterior a la de Marcos, informa que Juan se niega a bautizarle, afirmando que es él quien necesita ser bautizado por Jesús (3:14). Jesús le ordena, no obstante, que complete el ritual, así el Jesús que sale de las aguas del Jordán es proclamado por una voz celestial Hijo de Dios.

Comparado con la propia proclamación como “voz de uno que grita en el desierto”, las palabras de la voz celestial son análogas a la Escritura de Consolación en la segunda mitad del libro de Isaías. Aquí también hay una alusión al siervo de Dios(Is. 42:1), sobre quien el “ruach”, el espíritu de Dios, se posa.

Es obvio que esta historia involucra adiciones posteriores. Si Juan hubiera estado convencido que Jesús era el Mesías esperado; si Juan hubiese sido testigo de esta “bath-kol”, esta voz celestial; si Juan hubiese de hecho dicho que no era digno de desatar las correas de las sandalias de Jesús (Marc. 1:7), entonces la pregunta que envía a Jesús cuando en prisión no tendría sentido(7).

Después de su renacimiento en el Jordán, Jesús como su maestro Juan, se marcha “solo” al “desierto”. Aquí se identifica claramente con la sucesión de Juan. Ahora podemos comprender la afirmación que Jesús, después de su bautismo, fue llevado, al desierto por el espíritu donde es tentado por Satán. Esto sitúa a Jesús naturalmente en compañía de Moisés y Elías –quienes experimentaron sus revelaciones en la soledad del desierto- así como sucesor de Juan.

Jesús permanece en el desierto cuarenta días (Marc. 1:12-13). Esos cuarenta días tienen claro paralelo con los cuarenta días de Moisés en el Monte Sinaí, los cuarenta años de Israel en el desierto, y los cuarenta días del peregrinaje de Elías a través del desierto hasta la montaña de Horeb. El número cuarenta significa, en el uso bíblico, un largo periodo de tiempo, no es necesario adjudicarle precisión numérica alguna a este.

Después de la tentación en el desierto –periodo este de meditación y auto-negación, podría decirse- Jesús se separa internamente de Juan. El texto continua (Mat. 4:12; cf. Marc. 1:14; Luc. 4:14-15): “Habiendo oído que Juan había sido preso, se retiró a Galilea. Dejando a Nazaret, se fue a morar en Cafarnaúm (Kefer-Nachum), ciudad situada a orillas del mar, en los términos de Zebulón y Neftalí”. Así solamente después que Jesús se entera de la encarcelación de Juan es que deja el desierto –o sea, la forma de vida y tradición de su maestro- para seguir su propio camino.

El bautismo en el Jordán es el renacimiento de Jesús. Aquí entra en la luz de la historia. Aunque continúa estando a la sombra de Juan hasta que se separa internamente mediante los cuarenta días de soledad. Después que Juan es hecho prisionero, Jesús asume el liderazgo del circulo de discípulos preparados por Juan para un despertar escatológico.

Ahora Jesús es él mismo; el proceso de individuación parece estar completo. Es natural que Jesús, después de este periodo en el desierto, regresa inmediatamente a su pueblo, Nazaret, presumiblemente en orden a recuperarse de los rigores de la estancia en el desierto. Sabemos que no pudo realizar ningún milagro en Nazaret, como dice el proverbio original Hebreo, “´Ein navi´be`iro”, “ningún profeta es bien recibido en su patria” (Luc. 4:24). Sin embargo, elige los más íntimos alrededores de su pueblo natal como lugar para comenzar su ministerio público, para anunciar la inminencia del reino de Dios.

No hay que olvidar que Juan, el asceta, realiza su llamada desde el ardiente, y pedregoso desierto de Judea, mientras que Jesús la realiza desde el más placentero paisaje alrededor del Lago Kinnereth (Genesaret), el lugar más bonito del país. A primera vista, su llamada suena como la de Juan: “Arrepentíos porque el reino de los cielos está cerca”(Mat. 3:2, 4:17). En el texto Griego tenemos la palabra “metanoia”, “cambiar la mente”, “convertirse”, en lugar del concepto de arrepentimiento. Sin embargo, habría que profundizar algo más hasta llegar a la noción Hebrea de “teshuva”, aquí referida. Este concepto Hebreo significa simultáneamente “regreso” y “respuesta” y es central en la ética rabínica. Las puertas del regreso están siempre abiertas, y una hora de regreso completo es mejor que una vida en el mundo venidero. Los rabinos exaltan el regreso, el cual representa la más grande posibilidad de una persona: o sea, corregir una dirección errónea y regresar al origen, a Dios. En un sentido más simple, sin embargo, la palabra “theshuva” también significa “respuesta”. Teshuva: el regreso es la respuesta a la llamada de Dios a la humanidad, el “Dónde estás” (Gén. 3:9), que había sido preguntado a Adán. El hombre, regresado, responde como Abraham hizo: “aquí estoy” (Gén. 22:1).

Juan no fue el primero o la única persona que realizo la llamada para el “teshuva”. Teshuva es un motivo básico del Judaísmo. Ni tampoco fue Jesús el último en realizar esta llamada de arrepentimiento y regreso en Israel. Pero me parece que esta misma llamada realizada por Juan, quien regaña incluso a los penitentes con insultos como “raza de víboras!”(Mat. 3:7), es más ruda en tono que la de Jesús. No es posible imaginarse a Juan pronunciando las palabras de Jesús “Venid a mi todos los que estáis cansados…….” (Mat. 11:28-30).                           
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1.     Mal. 3:23 en la Biblia Hebrea (“Os enviaré el profeta Elías antes de la llegada del día terrible del Señor”—JPS, HEBREW-ENGLISH TANAKH).
2.     El Zohar (Lit. Brillo) es la obra más importante de la Kabala, la tradición del misticismo Judío. Aparece por primera vez en León, Castilla, España en el siglo XIII, circuló a través de un Judío Español llamado Moisés de León. Afirmaba haber “descubierto” la antigua sabiduría del Rabí Shim`on Ben-Yochai (siglo II d.C.), escrita durante los trece años que el gran sabio de la Torah vivió escondido en una cueva, junto a su hijo, en orden a evitar ser descubierto por los Romanos. Aparte del Talmud y la Midrash, no hay obra en el Judaísmo que haya ejercido mayor influencia en los últimos 600 años.
3.     No hay relación histórica entre estos dos significados. Más bien la palabra “mikve” representa un derivativo separado de raíces Hebreas homófonas, “esperar, esperanza, y reunir. 
4.     Hasta hoy, “tevila” inmersión en un “mikve” (baño ritual), es una parte fundamental de la conversión al Judaísmo. Al salir del baño, el converso es en cierto sentido “nacido de nuevo” como Judío.
5.     Respecto a Juan, no hay mención de prohibición de cortarse el cabello, aunque esto también pertenece a la esfera de prohibiciones que afectan a los Nazareos.
6.     El libro de Tobías es un apócrifo incluido en la Septuaginta, canonizado por la Iglesia Católica. Como es el caso con todas las obras escritas después del periodo de Esdras el escriba (siglo V a.C.), el Libro de Tobías está fuera del canon Judío, dado que los Rabinos entendía que el periodo de revelación profética había pasado con la reconstitución de una comunidad Judía Palestina bajo la guía y liderazgo de Esdras.
7.     La situación del encarcelamiento y muerte de Juan en la fortaleza de Macheron, situada al norte del Mar Muerto a unos 15 kms al sureste de la boca del río Jordán, viene de Josefo (Antiguedades de los Judíos, 8.5.2.












domingo, 17 de febrero de 2013

EL DÍA DE LA EXPIACIÓN


EL DÍA DE LA EXPIACIÓN
Quizá el ejemplo más vívido del ritual de expiación en Levítico es el ritual del Día de la Expiación en el capítulo 16. Este ritual requiere el sacrificio de un novillo y dos machos cabríos. El sumo sacerdote (Aaron) echará las suertes sobre los dos machos cabríos y tomará uno para el Señor, y lo ofrecerá en sacrifico. El otro es dedicado a “Azazel” y es llevado al desierto. Azazel no aparece en ningún otro lugar, aunque es evidente que es una especie de demonio. En el antiguo Medio Oriente, todo los problemas eran explicados como causados por demonios furiosos que habían de ser apaciguados mediante ofrendas u otros medios. En contraste, hay escasas referencias a demonios en la Biblia. (Si aparecen, no obstante, en los escritos Judíos del periodo Heleno, como es el caso de los libros de Tobías y I Enoch.) Azazel es probablemente una reliquia de una etapa de la religión Israelita cuando los demonios tenían un papel más prominente. Quizá los demonios eran más importantes en la religión popular Israelita que en los escritos conservados en la Biblia. Poco se sabe de Azazel, y es difícil saber qué papel tenía en la religión Israelita. Aparentemente era lo suficientemente importante hasta el punto que había de ser apaciguado mediante la ofrenda de un macho cabrío. El macho cabrío no es sacrificado, sino simplemente enviado al desierto, donde presumiblemente vivía Azazel.

No se trata aquí de especular, al considerar Levítico 16, sobre los orígenes de Azazel, sino de reflejar la manera como funcionaba el ritual. “El sacerdote impondrá ambas manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo y confesará sobre él todas las iniquidades de los israelitas, todas sus rebeldías y todos sus pecados; los cargará sobre la cabeza del macho cabrío y lo enviará al desierto por medio de un hombre designado para ello”(16:21-22). Las iniquidades (pecados) no son objetos materiales que puedan ser empaquetados y puestos en la cabeza de un animal. Son acciones que la gente ha realizado (crimen, por ejemplo), y en muchos casos no pueden ser desechas. La acción del sacerdote, pues, es simbólica, y la efectividad de su acción depende de la fe de cada uno involucrado. Cuando el ritual es realizado correctamente, los pecados del pueblo son llevados lejos al desierto. Así como un juez en un tribunal tiene el poder de declarar a alguien culpable o inocente, el sacerdote tiene el poder de declarar el perdón de los pecados. La legitimidad de un tribunal depende del consenso de una sociedad. Similarmente, la efectividad de un ritual depende de su aceptación en una determinada sociedad. Se asume en Levítico que esos rituales están prescritos por Dios, y que el pecado es perdonado porque Dios así lo declara. Dios, por lo tanto, habla a través del sacerdote.

Aunque no podemos verificar la aceptación divina del ritual, podemos asesorar sus efectos en la gente que lo practicaba. Podemos imaginar que el pueblo cuando se acercaba el Día de la Expiación cargada como estaba por la sensación de pecado sentiría un gran alivio cuando veían al chivo expiatorio desaparecer en el desierto. Esta gente quizá se determinara a no volver a cometer pecado en el futuro, aunque este no es necesariamente el caso. Se puede comprender que un individuo que realizaba una ofrenda por su pecado era perdonado no solo por Dios sino por la sociedad que reconocía la validez del ritual. La eficacia del ritual, sin embargo, depende de su aceptación. Una persona que no creyese que el macho cabrío llevaba el pecado de la gente al desierto difícilmente podía sentir ningún tipo de alivio cuando éste desaparecía en el desierto.

Las leyes Sacerdotales en Levítico pueden dar la impresión que los sacrificios funcionaban automáticamente, pero en otras partes de la Biblia encontramos a menudo que los rituales sólo son efectivos cuando dan expresión a las genuinas humanas intenciones. Encontramos en los profetas que éstos son muy críticos del culto sacrificial, cuando no estaba acompañado por la práctica de la justicia (ver especialmente Amos 5). Los Salmistas también eran conscientes de los límites del ritual. “Pues no te complaces en sacrificios”, dice Salm. 51:18-19, “Si ofrezco un holocausto, no lo aceptas. Dios quiere el sacrificio de un espíritu contrito, un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias”. Levítico, sin embargo, asume que Dios se complace en el holocausto y que el ritual es efectivo cuando es realizado correctamente.         


miércoles, 13 de febrero de 2013

EL BAUTISMO DE JESÚS


EL BAUTISMO DE JESÚS

En aquellos días, apareció en el desierto Juan el Bautista(1), predicando el bautismo de penitencia para remisión de los pecados. La profecía de Isaías (40:3) estaba siendo cumplida, “Una voz grita: Abrid camino a Yahvé en el desierto, enderezad en la estepa una calzada a vuestro Dios” (cf. Marcos 1:2-4). Para los Esenios esta profecía también era llamada “salir de las habitaciones de los hombres de pecado, para ir al desierto y preparar el camino del Señor”(2). Las palabras de Juan eran tan cercanas a la de los Esenios que es posible que éste hubiese pertenecido a una de sus comunidades. Abandonó posteriormente porque no estaba de acuerdo con el separatismo sectario de los Esenios y quería ofrecer la oportunidad de arrepentimiento y perdón de los pecados a todo Israel. Las muchedumbres fluían de todos lugares hacia éste austero profeta  del desierto. Oían sus amenazantes-penitenciales sermones, confesaban sus pecados, y eran bautizados por él en el río Jordán.

La poderosa influencia de Juan sobre la gente llevó a su ejecución a manos de Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande. Josefo informa,

Hombres de todos lados se habían reunido con él, pues se entusiasmaban al oírlo hablar. Sin embargo, Herodes, temeroso de que su gran autoridad indujera a los súbditos a rebelarse, pues el pueblo parecía estar dispuesto a seguir sus consejos, consideró más seguro, antes de que surgiera alguna novedad, quitarlo de en medio, de lo contrario quizá tendría que arrepentirse más tarde, si se produjera alguna conjuración”(3).

Se puede saber más de la muerte de Juan en los Evangelios(4).

Lo que más atraía a la gente hacia Juan era el bautismo que confería. Muchos esperaban que la inmersión expiaría sus pecados, y podrían escapar a la ira del juicio Divino. Juan, no obstante, lo primero que pedía era verdadero arrepentimiento. Según Josefo, Juan era un hombre santo que

Predicaba la práctica de la virtud, incitando a vivir con justicia mutua y con piedad hacia Dios, para así poder recibir el bautismo. Era con esta condición que Dios consideraba agradable el bautismo; se servían de él no para hacerse perdonar ciertas faltas, sino para purificar el cuerpo, con tal que previamente el alma hubiera sido purificada por la rectitud(5)”

Esta comprensión del bautismo está exactamente en línea con el punto de vista Esenio. Los baños bautismales tradicionales Judíos meramente limpiaban la impureza ritual del cuerpo. Desde el punto de vista Esenio, sin embargo, un pecado cometido da origen a impureza ritual, y así, “que no entren en las aguas …….  A no ser que se conviertan de su maldad; pues es impuro entre los transgresores de su palabra”(6). Solamente aquel que “por la sumisión de su alma a todas las leyes de Dios es purificada su carne al ser rociada con aguas lustrales y ser santificada con las aguas de contrición”(7). O –en palabras de Juan el Bautista- el agua puede limpiar el cuerpo solo si el alma ha sido primero purificada mediante la práctica del bien. Pero qué es lo que hay en el arrepentimiento que purifica el alma? “Y por el espíritu de santidad que le une a su verdad es purificado de todas sus iniquidades”(8). De esta manera, el bautismo Esenio unía arrepentimiento con perdón de los pecados, y lo último con el Espíritu Santo. Así como la noción de Juan acerca del bautismo coincidía con la de los Esenios, también refleja su comprensión del Espíritu Santo operando en el Bautismo(9).

Podemos imaginar el entusiasmo de esta multitud que había oído las palabras del Bautista. Habiendo confesado sus pecados y esperando recibir el don del Espíritu Santo para limpiar sus almas de la inmundicia del pecado, sumergían sus cuerpos manchados en el agua purificadora del río. Es posible que ninguno de ellos tuviese una experiencia peneumático-extática en el momento que el Espíritu de Dios les tocaba? “Toda la gente se estaba bautizando. Jesús, ya bautizado, se hallaba en oración, cuando se abrió el cielo, bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma, y llegó una voz del cielo(10), “Tú eres mi hijo(11); en quien me complazco”. Así habló la voz del cielo según Mateo(3:17) y Marcos(1:11). Pero muchos estudiosos(12) están en lo correcto cuando piensan que en el relato original, la voz del cielo anunciaba a Jesús, “Éste es mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él para que dicte el derecho a las naciones”(Isa.42:1). Probablemente ésta es la fórmula original, dado que las palabras del profeta encajan en la situación.

El don del Espíritu Santo asume un significado para Jesús diferente del de otros que fueron bautizados por Juan. La voces desde el cielo no era un fenómeno no común entre los Judíos de aquellos días, y frecuentemente esas voces eran oídas pronunciando versículos de la escritura. El don del Espíritu Santo, acompañado por una experiencia extática, era aparentemente algo que ocurría a otros que eran bautizados en presencia de Juan en el Jordán. Si Jesús realmente oyó esas palabras de Isaías, la frase “He puesto mi Espíritu sobre él” era una maravillosa confirmación del don del Espíritu Santo. Había algo más que poseía significado único.

Si se acepta la forma tradicional del mensaje celestial, Jesús es descrito como “Mi Hijo”. Si, no obstante, la voz celestial entonó las palabras de Isaías, Jesús debe haber comprendido que estaba siendo puesto aparte como Siervo de Dios, el Elegido. Para él el don del Espíritu Santo, que era parte del bautismo de Juan, tenía otro especial significado que sería decisivo en su futuro. Ninguna de las designaciones Hijo, Siervo, o Elegido eran exclusivamente títulos mesiánicos –los dos últimos también podían denotar el estatus especial del oficio profético. Mediante esos títulos, Jesús aprendió que era el elegido, el llamado, el puesto aparte. Todo esto no ofrece ninguna duda sobre la historicidad de la experiencia de Jesús en su bautismo en el Jordán.

Según Marcos (1:9) y Mateo(3:13), Jesús vino hacia Juan desde su casa en Nazaret. Si hemos de creer las palabras del arcángel en Lucas (1:36), María estaba relacionada con la madre de Juan. Nada más sabemos acerca del fondo psicológico de la decisión de Jesús para unirse a la multitud y ser bautizado por Juan. Por otro lado, si usamos los documentos propiamente, podemos formarnos una clara idea de lo que le ocurrió a Jesús después de su bautismo y llamada. El único problema serio parece ser que no tengamos informe confiable del lugar de las actividades Bautismales(13). Además, este profeta del desierto no permanecía en el mismo lugar. Quizá Juan bautizó a Jesús no lejos del punto donde el Jordán entra en el lago de Genesaret en el norte. En la zona está Betsaida, origen de los hermanos Andrés y Pedro, quienes de acuerdo con Juan (1:40-44), Jesús encontró durante su bautismo.

Los primeros discípulos –Pedro, su hermano Andrés, y sus hermanos Santiago y Juan los hijos de Zebedeo- eran todos pescadores en el Lago de Genesaret. Pedro estaba casado con una mujer de las cercanías de Cafarnaún, donde vivían en casa de su suegra(14). La suegra del discípulo se convirtió en creyente después que Jesús la curase de una fiebre. Su casa se convirtió en una segunda casa para Jesús. Más tarde, después de la visita sin éxito a su nativa Nazaret, Jesús regresó al distrito cerca de Cafarnaum.

El mapa geográfico del ministerio público de Jesús podría resultar de la vecindad de su bautismo y de su relación con Pedro. Esto no es un fundo teológico, sino uno factual. Está confirmado por las propias palabras de Jesús.

Ay de ti, Corazaín; ay de ti, Betsaida!, porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados en ti, mucho ha que en saco y ceniza hubieran hecho penitencia. Así, pues, os digo que Tiro y Sidón serán tratadas con menos rigor que vosotras en el día del juicio. Y tú, Cafaranum, te levantarás hasta el cielo? Hasta el infierno serás precipitada. Porque si en Sodoma se hubieran realizado los milagros obrados en ti, hasta hoy subsistiría. Así, pues, os digo que el país de Sodoma será tratado con menos rigor que tú el día del juicio” (Mat. 11:20-24; Lucas 10:12-15).

El noroeste del Mar de Galilea estaba densamente poblado y bien cultivado. Corazaín –cuyo grano era famoso- no es mencionada en ninguna otra parte del Nuevo Testamento. La desdichada María Magdalena “de quien habían salido siete demonios” (Lucas 8:2) era de las cercanías de Magdala. Muchos pescadores vivían allí y navegaban rutinariamente a lo largo de la orilla este donde había muchos peces. En contra de las nociones populares actuales, los habitantes del distrito no eran rudos campesinos.

Más importante que establecer la ubicación geográfica del ministerio público de Jesús es definir la relación entre Juan el Bautista y Jesús después del bautismo. Solo después de corregir algunas de los malentendidos comunes es que se puede retratar a Jesús en su verdadero significado. La raíz de la distorsión está en la cronología de la historia de salvación(15) que encontramos en Marcos. Porque, según la visión Cristiana, Juan el Bautista era justificablemente visto como el predecesor de Jesús, y porque la entrada en escena de Jesús sigue a la de Juan, Marcos hace de Juan el precursor de Jesús en sentido literal. Así, según Marcos, Jesús podía aparecer públicamente sólo después que Juan hubiese sido arrestado. “Después que Juan fue preso vino Jesús a Galilea predicando el Evangelio de Dios”(Marc. 1:14).

Mateo va más allá. Siguió el marco cronológico de Marcos (ver Mat. 4:12-13) que asumía que Juan había sido arrestado antes de la primera aparición de Jesús. Así, solamente después que Juan fue encarcelado es que Mateo retrata a Juan enviando mensajeros a Jesús para preguntarle si era “el que había de venir”. La versión de Mateo “corrige” la cronología original bajo la influencia de Marcos. Así, Lucas 4:1 tiene razón mientras que Mateo 11:2 está equivocado. Además, Mateo despliega una tendencia a mezclar las palabras de Juan con elementos del discurso de Jesús (y viceversa)(16). Así, sitúa la predicación de Jesús, palabra por palabra, en boca del Bautista (Mat. 3:2; cf. 4:17). El cambio en la cronología original a cargo de Marcos y Mateo y el nuevo distorsionado orden de los eventos han dado lugar reconstrucciones innecesarias de los comienzos de Jesús.

El error cronológico de Marcos es normalmente usado para demostrar que el principal propósito de Jesús al salir a la vida pública era llenar el vacío dejado en Israel por el arresto del Bautista. Esta impresión parece encontrar confirmación en Mateo. Primero, según este Evangelio, Jesús continuó meramente predicando el mensaje de Juan. Si así fuese, habría sido el máximo en tragedia humana el que, poco después de su muerte, Juan, quien había pasado toda su vida esperando al Mesías, recibiese noticias del surgimiento de Jesús, y enviase mensajeros a éste. No es de extrañar que Flaubert describiera esta conmovedora escena en su relato, “Herodias”!

De nuevo, el cuadro original es alterado primero por Marcos y Mateo por razones teológicas, después mediante la reinterpretación psicológica de muchos estudiosos. Pero, incluso el menos confiable Evangelio de Juan sabe que “Juan aún no había sido encarcelado”(3:24). Lucas y sus fuentes, también, nunca informan que Jesús apareciese solo después que Juan hubo desaparecido. Habiendo aclarado estas secundarias distorsiones, se puede proceder a relatar la historia de los comienzos del ministerio público de Jesús.

Juan el Bautista ciertamente tenía un círculo de discípulos, pero obviamente la mayoría de hombres que bautizó en el Jordán le dejaron después de ser bautizados y se fueron a sus casas. Juan no quería fundar una secta; pensó mejor en enviar cada hombre de vuelta a sus labores (Lucas 3:10-14). Por otro lado, Jesús no regresó a su anterior estilo de vida después de la voz en el bautismo anunciase su elección. “Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: Arrepentíos, porque se acerca el reino de Dios”(Mat. 4:17). Llamó a sus discípulos, enseño en las sinagogas, “y le traían los enfermos…… y los sanaba” (Mat. 4:17-25)(17).

Es posible que Juan el Bautista creyese de sí mismo que era el profeta que había de venir al final de los tiempos. La gente le veía como al profeta bíblico Elías que debía preceder al Mesías. Él mismo predicó que uno más grande que él vendría, e inauguraría el juicio de Dios. Cuando Juan oyó acerca de Jesús en los pueblos alrededor del mar de Galilea –así nos cuentan las fuentes(18)- envió a dos de sus discípulos a preguntarle a Jesús. En aquellos tiempos, era la costumbre Judía enviar no a uno sino a dos hombres cuando se trataba de una comisión. Jesús, también, envió sus discípulos en pares (Marc. 6:7; Luc. 10:1), y los Cristianos continuaron con esta costumbre durante sus primeros viajes misioneros(19).

Juan Bautista preguntó a Jesús mediante sus dos discípulos, “Eres tú el que había de venir o debemos esperar a otro?” El significado de estas palabras se hace claro cuando las leemos en conexión con el bien conocido versículo en Daniel 7:13, “Seguía yo mirando en la visión nocturna, y vi venir sobre las nubes del cielo”. La apocalíptica figura del Hijo del Hombre tenía como tarea en el futuro escatológico separar a los justos de los pecadores, salvar a los primeros y echar a los segundos a los fuegos del infierno (Mat. 25:31-46).

Esto es precisamente lo que Juan predicaba acerca del uno más grande que él que “esta por venir” y “cuyo bieldo tiene en mano para limpiar la era y almacenar el trigo en su granero, mientras la paja la quemará con fuego inextinguible”(Luc. 3:16-17; Mat. 3:11-12). El Hijo del Hombre es una figura que aparece exclusivamente en escritos apocalípticos Judíos, principalmente en aquellos que están más cercanos al movimiento Esenio. El mismo Jesús también aceptó esta creencia. A diferencia del Bautista, sin embargo, no veía la venida del Hijo del Hombre y el juicio final como inminentes(20). Su diferente perspectiva está expresada en la parábola de la cizaña(Mat. 13:24-30; ver también la parábola de la red en Mat. 13:47-50).

Esas parábolas están en marcado contraste con la precisa escatología del Bautista, mencionada en la metáfora arriba en Lucas 3:16-17 y Mateo 3:11-12. La parábola de Jesús de la cizaña puede haber sido una reacción indirecta a las palabras del Bautista. Según Juan, la salvación de los justos y destrucción de los pecadores tendría lugar en el futuro inmediato. Jesús, por otro lado, vio correctamente que incluso en el periodo del reino de los cielos, que había comenzado a realizarse, el bueno y el malo coexisten.

La idea del Hijo del Hombre pertenece a un sistema apocalíptico de pensamiento en el cual no hay lugar para el concepto del reino de los cielos presente. La idea del reino de los cielos es particularmente rabínica, y es bien sabido que esta idea es central para Jesús. Es precisamente aquí donde se ve la clara diferencia entre el profeta de condena(21) y Jesús.

Jesús envió su respuesta al Bautista: “Id y referid a Juan lo que habéis oído y visto: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados; y bienaventurado aquel que no se escandalizare en mí”(Mat. 11:2-6; Luc.7:18-23)(22). Parece que las dudas de Jesús acerca del Bautista estaban justificadas. Posiblemente Juan nunca aceptó las afirmaciones de Jesús.

Lo importante es que Jesús afirmó en principio la pregunta del Bautista sobre el significado escatológico de sus actividades, sin declarar explícitamente que era el Mesías que había de venir. Estableció su declaración del oficio escatológico señalando a su mensaje de salvación y a sus sobrenaturales milagros de sanación. Jesús vio estas cosas como signo inconfundible de que la era de salvación había comenzado. “Pero si expulso los demonios por el dedo de Dios, sin duda el reino de Dios ha llegado a vosotros”(Luc. 11:20). La enfermedad es del diablo, y el reino de Dios viene cuando Satán sea conquistado y aniquilado.

Según Lucas (10:18), Jesús dijo, “Y vi a Satán cayendo del cielo como un relámpago”. Según un libro(23) que fue escrito cuando Jesús era aún niño, “Su reino aparecerá sobre toda la creación, Satán será destruido y el dolor se irá con él”. La venida del reino esta ligada a la expulsión de Satán y sus espíritus. Cuando Jesús sana al enfermo y expulsa espíritus impuros, es el conquistador victorioso que hace real el reino de Dios(24). “Cuando un fuerte bien armado guarda su palacio, seguros están sus bienes; pero si llega uno más fuerte que él, le vencerá, le quitará las armas en que confiaba y repartirá sus despojos. El que no está conmigo está contra mí, y el que conmigo no recoge, desparrama” (Luc. 11:21-23).

En adición a los milagros de sanación, Jesús le da al Bautista una segunda prueba de su afirmación”. A los pobres les es anunciada la salvación. Esta es una alusión a las palabras del profeta Isaías (61:1-2), que eran especialmente importantes para Jesús. “El espíritu del Señor, Yahvé, está sobre mí, pues me ha ungido, me ha enviado para predicar la buena nueva a los abatidos y sanar a los de quebrantado corazón, para anunciar la libertad de los cautivos, y la liberación a los encarcelados. Para publicar el año de gracia de Yahvé y un día de venganza de nuestro Dios, para consolar a todos los tristes”. Esas fueron las palabras que –según Lucas 4:17-18- Jesús leyó en la sinagoga a comienzos de su ministerio. Enrolló el libro, y lo devolvió al servidor, se sentó y dijo, “Hoy se ha cumplido esta escritura que acabáis de oír”(Luc. 4:18-21).

Las palabras del profeta suenan, también, en las bienaventuranzas de Jesús. Abre el reino de los cielos a los pobres de espíritu y humildes, y ofrece consuelo a los que lloran. Era a ellos que las buenas nuevas de Jesús iban dirigidas. La palabra usada en Griego era “euangelion”, derivada del verbo usado en el versículo de Isaías para denotar la prédica de salvación (ver Isa. 61:1; cf. 40:9; 52:7). Para Jesús, este pasaje de la escritura era el puente entre su llamada –anunciada cuando Juan le bautizó en el Jordán- y su presente vocación. Sabía que el Espíritu del Señor había venido sobre él, porque el Señor le había ungido para proclamar la salvación a los humildes y a los pobres.

Cuando los enviados por Juan se marchaban para informar a Juan de la respuesta de Jesús,

Comenzó Jesús a hablar de Juan a la muchedumbre: Qué habéis ido a ver al desierto? Una caña agitada por el viento? Qué habéis ido a ver? A un hombre vestido muellemente? Mas los que visten con molicie están en las moradas de los reyres. Pues a qué habéis ido? A ver un profeta? Sí, yo os digo que más que a un profeta. Este es de quien está escrito(25):

“He aquí que yo envío a mi mensajero delante de tu faz, que preparará tus caminos delante de ti”.

En verdad os digo que entre los nacidos de mujer no ha parecido uno más grande que Juan el Bautista. Pero el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos se hacen con él. Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, profetizaron hasta Juan. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga”(Mat. 11:7-15).

Buber dijo una vez, en una conversación, que si un hombre tiene el don de oír, puede oír la voz de Jesús mismo hablando en los relatos de los Evangelios. Esta nota auténtica puede, creo, ser detectada en los comentarios de Jesús respecto al Bautista. Son a la vez simples y profundos, ingenuos y llenos de paradoja, tempestuosos y calmos. Puede alguien llegar al fondo más profundo de éstos? Jesús se estaba dirigiendo a aquellos que acababan de realizar el peregrinaje al desierto para ver al nuevo profeta. Este no era lugar donde encontrar cortesanos ricamente vestidos, que viven en palacios, y se inclinan como una caña en el desierto ante cualquier opinión. Se puede observar que la imaginería está tomada de una bien conocida fábula de Esopo(26), con la que los rabinos, también, estaban familiarizados(27).

La caña sobrevive a la tormenta porque se inclina bajo la fuerza del viento, mientras que un árbol más fuerte, que se niega a inclinarse, a veces es arrancado de raíz. Ahora sabemos a quién iba dirigido esto: Herodes Antipas y sus serviles cortesanos, contra los cuales el inflexible, sin miedo profeta del desierto, vestido con una piel de camello, lanzaba sus sermones de condena. Seguramente no es por casualidad que Jesús recuenta una fábula de Esopo. Claramente ve al tetrarca y su corte como una especie de “granja de animales”. Posteriormente, al estilo de Esopo, describe a Herodes como “esa zorra”(Luc. 13:32)(28).

Desde el punto de vista de Jesús, Juan era un profeta, si se prefiere, el que había de preparar el camino del Señor en el fin de los tiempos, el Elías que tenía que regresar. Con Juan, el fin de los tiempos comienza –la decisiva erupción en la historia del mundo. Todos los profetas profetizaron hasta Juan el Bautista; pero a partir de ahora, “el reino de los cielos esta surgiendo, y aquellos que surgen, lo toman en posesión”. Las enigmáticas palabras están conectadas con el dicho del profeta Miqueas (2:13). “Irá delante de ellos el que rompe la marcha; irrumpirán y traspasarán la puerta y saldrán por ella, y delante de ellos marchará su rey, y a su cabeza Yahvé”.

Un comentarista medieval, David Kimchi, ofreció la siguiente interpretación de este versículo(29): “El que abre la brecha es Elías y “su rey” es el vástago –retoño- de David”. Según esta interpretación, una forma más temprana de lo que parece Jesús sabía, Elías tenía que venir primero para abrir la brecha, y le seguirían aquellos que abrirían camino con su rey, el Mesías. Según Jesús, Elías-Juan ya había venido, y aquellos hombres que tenían el coraje de decisión están ahora tomando posesión del reino.

Con la venida de Juan, el reino de los cielos da comienzo. Pero, aunque Juan era el más grande entre “aquellos nacidos de mujer”, el último en el reino de los cielos sería más grande que él. Juan el Bautista abrió la brecha a través de la cual rompió el reino de Dios, pero él mismo no fue nunca un miembro de este reino. Se puede explicar de otra manera. En su bautismo, Jesús fue iluminado por una voz del cielo referente al comienzo de su reino mesiánico. Juan fue el precursor, “el que abrió camino”, para la venida de este reino, pero él mismo no pertenece a este reino. Era, por así decirlo, miembro de una generación previa. Este punto de vista paradójico de parte de Jesús aclara tanto la distinción entre Juan y el reino mesiánico, así como el lazo histórico entre Jesús y el Bautista. Sin embargo, la experiencia de Jesús en su bautismo le invistió con una nueva y separada función. Jesús no podía convertirse en discípulo de Juan. Tendría que moverse entre los pueblos alrededor del Mar de Galilea y proclamar el reino de los cielos.

Ahora se puede comprender porqué la respuesta de Jesús a la pregunta del Bautista termina con la advertencia, “Bendito el que no encuentre ofensa en mí”. El verbo Hebreo que en aquellos días significaba, “ser conducido al pecado, para apartarse de la correcta comprensión de la voluntad de Dios”, era, en el Griego de la literatura del Evangelio “tropezar”. En 1 Ped. 2:7-8, Jesús es, por así decirlo, la piedra angular para los creyentes, piedra de tropiezo y piedra de escándalo para los no creyentes (Luc. 20:18; cf. 2:34). Cuando el Bautista envió a preguntar a Jesús ya sospechaba que no podría ir junto con él, porque Juan, el más grande de la anterior generación, no pertenecía al reino de Dios. Incluso podría ser que Jesús tenía indicaciones concretas de las dudas de Juan. No se nos dice cuál fue la reacción del Bautista al mensaje de Jesús. No obstante, el movimiento que creó llevó una vida paralela independiente al Cristianismo emergente (cf. Hech. 19:1-7).

Como hemos visto, muchos pensaban que Juan era Elías que había regresado. El Antiguo Testamento nos dice que Elías nunca murió, sino que fue transportado al cielo. Cómo, pues, pudo este inmortal, que retorna en el fin de los tiempos como Juan, ser asesinado por Herodes? Había gente que pensaba que Juan el Bautista había resucitado de entre los muertos (Luc. 9:1) y había reaparecido en Jesús. Es obvio que muchos de los discípulos de Juan compartían esta creencia en la resurrección de su maestro. No obstante, el discurso de Juan excluye la posibilidad que se le viese a sí mismo como el Mesías. Buscaba a otro que había de venir y era más grande que él (Luc. 3:16). Pero, había entre sus discípulos quienes, incluso durante su vida jugaban con la idea que él era el más grande. De cualquier forma, después de su muerte hay evidencia de la creencia que el Bautista era el Mesías. Claramente, bien entendido, dado que pertenecía al linaje sacerdotal, era visto como el Mesías sacerdote, no el Davídico.

La lógica de los relatos requiere que Herodes debe haberse dado cuenta del peligro que Juan suponía. No lo dejó libre durante mucho tiempo. La actividad de Jesús, también, después del arresto de Juan, estuvo obviamente restringida a un corto espacio de tiempo. Herodes, la zorra, no estaba dormido. Después de ejecutar a Juan, Herodes, el tetrarca, oyó acerca de la fama de Jesús; y dijo a sus sirvientes, “Este es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos” (Mat. 14:1). Más tarde, algunos de los Fariseos advirtieron a Jesús que Herodes estaba buscando su vida. Por lo tanto, Jesús notificó a Herodes que permanecería dos o tres días más en el distrito, y después se movería hacia Jerusalem”(Luc. 13:31). Herodes tuvo su parte de culpa en la crucifixión.

Después de la ejecución de Juan, Jesús señaló a sus discípulos la trágica conexión entre esta ejecución y el final que le amenazaba a él mismo. Y sus discípulos le preguntaron, “Entonces por qué dicen los escribas que Elías ha de venir primero?” y él les respondió: Elías en verdad, está para llegar, y restablecerá todo(30). Sin embargo, yo os digo: Elías ha venido ya, y no le reconocieron; antes bien hicieron con él lo que quisieron: de la misma manera el Hijo del hombre tiene que padecer de parte de ellos. Entonces entendieron los discípulos que les hablaba de Juan el Bautista”(Mat. 17:10-13).

Antes de esto, a comienzos de su ministerio, cuando Juan el Bautista aún predicaba en el desierto, Jesús se había comparado a sí mismo con Juan el Bautista. “A quién compararé yo esta generación? Es semejante a niños sentados en la plaza que se gritan unos a otros, diciendo: Os tocamos la flauta, y no habéis danzado; hemos entonado canto de duelo, y no os habéis golpeado el pecho. Porque vino Juan, que no comía ni bebía, y dicen: Está poseído del demonio. Vino el Hijo del hombre, comiendo y bebiendo, y dicen: Es un comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores. Y la sabiduría se justifica por sus obras”.(Mat. 11:16-19)(31). Era imposible satisfacer a nadie. Decían que el asceta predicador del desierto, Juan, estaba loco --igual que dijeron más tarde de Jesús que tenía un espíritu malo- y también encontraron falta en Jesús, debido a su apertura al mundo. De estos dichos de Jesús se aprende indirectamente que el contenido de la predicación de cada uno de ellos estaba muy de cerca ligado con su carácter. Las buenas nuevas de amor estaban relacionadas con la naturaleza Socrática de Jesús; la predicación de penitencia estaba relacionada con la inclinación de Juan hacia el ascetismo.                               
        
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1.     ver J. Steinmann, “Johannes der Täufer” (Hamburg: Rowohlt, 1960). Sobre Juan el Bautista y los Rollos del Mar Muerto, ver W. Brownlee, “John the Baptist in the Light of Ancient Scrolls”, en “The Scrolls and the New Testament” (ed. K. Stendahl; New York: Harper, 1957), 33-53; ver también Flusser, “The Baptism of John and the Dead Sea Sect”, en “Essays on the Dead Sea Scrolls in Memory of E. L. Sukenik” (ed. Y. Yadin y C. Rabin; Jerusalem: H. Ha-Sefer, 1961), 209-239 (Hebreo); idem, “Baptism”, JOC, 50-54.
2.     1QS 8:13-16; 9:19-20. La división sintáctica que se ha dado en esta traducción refleja mejor el sentido del versículo en el Antiguo Testamento Hebreo, la traducción Griega de la Septuaginta, los Rollos del Mar Muerto, e incluso del Nuevo Testamento! En otras palabras, no es “Una voz gritando en el desierto: Preparad….” Sino “Una voz gritando: en el desierto preparad…”
3.     Antigüedades 18:118-119.
4.     Mat. 14:13-12; Marc. 6:17-29; ver Lucas 3:19-20.
5.     Ant. 18:117.
6.     1QS 5:13-14.
7.     1QS 3:8-9.
8.     1QS 3:7-8.
9.     Otra opinión dictada por la apologética, se encuentra en Hechos 19:1-7.
10.   Lucas 3:21-22.
11.   La palabra Griega traduce del Hebreo “el único”. Ver C.H. Turner, “Ho Hyios mou ho agapetos”, JTS 27 (1926), 113-129; ver también M.D. Hooker, “Jesus and the Servant: The Influence of the Servant Concepto of Deutero-Isaiah in the New Testament”(London: S.P.C.K., 1959), 71, 183.
12.   Jeremías, “pais teoi?” en TDNT (ed. G. Friedrich; Grand Rapids: Eerdmans, 1967), 5:700-704; K. Stendahl, “The School of St. Matthew”(Uppsala: C.W.K. Gleerup, Lund, 1954), 110,144; Estos estudiosos han visto que el final de Lucas 3:21 y Mateo 3:17, “en ti me complazco”, alude a Isaías 42:1, “en quien se complace mi alma”.
13.   C.H. Kraeling, “John the Baptist” (New York: Scribner, 1951), 9-16; E. Lohmeyer, “Das Urchristentum. Johannes der Täufer” (Göttingen: Vandenhoeck, 1932), 26. Ver A.F. Rainey and R.S. Notley, “The Sacred Bridge: Carta´s Atlas of the Biblical World” (Jerusalem: Carta Jerusalem, 2006), 350-351.
14.   Mat. 8:14; Luc. 4:38. Marc.(1:29) incluye la adición –algo dudosa- de que Andrés, Santiago, y Juan también residían en la casa. Mat. (8:14) y Luc.(4:38) están de acuerdo en omitir la expansión que hace Marcos de la “familia de Pedro”.
15.   J. Weiss en Schmidt, op. Cit., 34. La premisa psicológica de la incorrecta cronología en Marcos está atestiguada en Hechos 13:25(para la expresión, ver Hechos 20:24.
16.   C.H. Dodd, “The  Parables of the Kingdom” (London: Fontana Books, 1961), 39 n. 20.
17.   La tentación de Jesús a manos de Satán en “Die Versuchung Jesu und ihr jüdischer Hintergrund”, Jud 45 (1989), 110-128.
18.   Mat. 11:2-6; Luc. 7:18-23.
19.   A. von Harnack, “Die Mission und Ausbreitung des Christentums in den restan drei Jahrhunderten” (2 vols.; Leipzig: Hinrichs´sche Buchhandlung, 1924), 1:344.
20.   Ver Flusser, “Die jüdische Messiaserwartung Jesu”, en “Das Christentum – eine jüdische Religion” (Munich: Kösel-Verlag, 1990), 37-52.
21.   Sólo en Mat. 3:2 Juan el Bautista habla acerca del reino de los cielos. “Pero Mateo parece que no distingue entre las palabras de Juan y las palabras de Jesús”, Dodd, op. Cit., 39.
22.   Ver Is. 26:19; 29:18; 35:5; 61:1 y el relevante paralelo en 4Q521, fragmentos 2ii y 4, líneas 6-13, especialmente línea 12. Ver E. Puech, “Une apocalypse messianique(4Q521)”, RevQ 60(Oct. 1992), 475-522. Solamente la curación de los leprosos falta en los paralelos. En cuanto a la última frase del pasaje, comparar con el final de Oseas.
23.   As. Mos. 10:1.
24.   Ver Jeremías, “The Parables of Jesus” (New York: C. Scribner´s Sons, 1963), 122-123.
25.   Mal. 3:1.
26.   Ver “Fabulae aesopicae collectae” (ed. K. Halm; Leipzig: B.G. Teubneri, 1875), nos. 179 a,b,c.
27.   H.L. Strack and P. Billerbeck, “Kommentar zum Neuen Testament aus Talmud und Midrash. Das Evangelium nach Matthäus” (5 vols.: Munich: C.H. Beck´sche Verlagsbuchhandlung, 1961), 1:596-597.
28.   No obstante, en Hebreo y Arameo Palestino el término “zorra” era usado algunas veces para designar a alguien insignificante. Así, el sobrenombre de Jesús para con Antipas ha de ser leído como insulto no-muy-sutil dirigido contra el tetrarca Galileo. Ver Jastrow, op. Cit., 1538; Sokolof, op. Cit., 587; R. Buth, “That Small-fry Herod Antipas, or When a Fox Is Not a Fox”, Jerusalme Perspective 40 (Sept./Oct. 1993), 7-9,14.
29.   B.H. Young (“Jesus the Jewish Theologian” (Peabody, Mass.: Hendrickson, 1995), 65-66, 73-76) señala que Edward Pococke, “A commentary on the Prophecy of Micah” (Oxford: Printed at the Theatre, 1677), 22-25, ya se había dado cuenta de la conexión entre Mat. 11:12 y Miq. 2:13. La explicación de Pococke´s también está basada en el comentario de David Kimchi a Miq. 2:13. Ver Flusser, “Gleichnisse”, 272-273; R.S. Notley, “The Kingdom of Heaven Forcefully Advances”, en “The Interpretation of Scripture in Early Judaism and Christianity: Studies in Language and Tradition”, JSPSS 33 (ed. C.A. Evans; Sheffield: Sheffield Academic Press, 2000), 279-311.
30.   Jesús alude aquí a la tradición de los “escribas”, reflejada en “m. `Eduyyot 8:7.
31.   Jesús depende evidentemente de la fábula de Esopo. Ver “Fabulae aesopicae”, nos. 27 a,b.